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‘Hasta el cielo’: Miguel Herrán estalla de rabia contra el sistema
La nueva película de Daniel Calparsoro es tan frenética que tras sus casi dos horas de duración te ha dejado exhausto
Hasta el cielo le debe parte de su esencia a aquel cine quinqui setentero y ochentero que tanto popularizó a esos personajes barriobajeros, a veces ladrones de poca monta o adictos a las drogas que se convirtieron, a su manera, en mártires de una sociedad que por su condición social los dejaba de lado. Daniel Calparsoro ha cogido ese universo de pobres diablos sin expectativas y lo ha estilizado para presentar una historia de acción y violencia sobre marginados sociales modernos que quieren conquistar el sistema para dejar de sentirse como hormigas.
El peculiar 'el Meca' de José Antonio Valdelomar que presentaba Carlos Saura en Deprisa, deprisa (1981) es sustituido aquí por Miguel Herrán, estrella de La casa de papel y Élite, quien entrega una interpretación más que acertada como Ángel, aquel muchacho analítico, terco y de mirada fría pero buen corazón que se inspira en la figura real de 'el niño Saez'.
Un personaje más que creíble que brilla con especial intensidad cuando está rodeado de secundarios de lujo como Carolina Yuste, Estrella, su amada, o Luis Tosar, Rogelio, el temible capo que urde una poderosa red de influencias que lo hacen intocable, además de su troupe de faenas, compuesta por rostros conocidos del universo urbano como Ajax Pedrosa, Jarfaiter o Dollar Selmouni, este último también colaborador del tema principal de Hasta el cielo.
La película es un puñetazo en la boca del estómago; una dosis de adrenalina cargada de rabia contra un sistema injusto que deja de lado a los que menos tienen. Calparsoro crea una cinta de acción correcta que funciona gracias a sus personajes más que a su guion, que está plagado de incoherencias y situaciones delirantes que, en cualquier película seria –un Plan Oculto de Spike Lee, por ejemplo, o enTarde de perros–, lastrarían toda credibilidad. Pero estamos ante cine de entretenimiento cuya única pretensión es conseguir que el espectador desconecte de la rutina sin necesidad de pensar demasiado, y eso lo consigue más que de sobra.