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Momo es uno de los cómics más bonitos que he leído en mi vida.
Mágico, inolvidable y con aroma a Studio Ghibli.
Momo me ha pillado con la guardia baja. Un tebeo costumbrista que consigue poner y quitar la sonrisa a voluntad y que se ha posicionado como una de las lecturas más agradables que he tenido en mi vida (y no han sido pocas).
El álbum cuenta la historia de Momo, una niña pequeña que vive con su abuela en un pueblo de pescadores en Normandía. El autor, Jonathan Carnier, tiene una facilidad asombrosa para ponernos en la piel de una niña de 8 años, consigue que la entendamos y que pensemos como ella, seguramente porque todos hemos estado en su piel alguna vez y tenemos algo en común con ella.
Las primeras páginas de Momo se viven de forma tan intensa como divertida. La presentación de la niña y de su pueblo fuerzan la sonrisa de viñeta en viñeta, y un dibujo excepcional firmado por Rony Hotin nos hace vivir la historia como si de una película del estudio Ghibli se tratase.
Y queremos subrayar esto último, porque si no fuera por la ausencia de un mundo mágico y peligroso más allá del pueblo pesquero de Momo, la similitud del álbum con una película de Miyazaki sería total (en el buen sentido, no en el sentido de plagio).
El dibujo de Hotin parece congelar fotogramas de una película de animación. Es el contorno descuidado de los personajes lo que marca una diferencia, porque los diseños de personaje, la facilidad con la que expresan y el color plano y certero a la hora de iluminar beben sin miedo de la mejor animación japonesa y hacen que nuestra mente busque de forma automática compases de la música de Joe Hisaishi para ‘animar’ las viñetas en nuestra cabeza.
Sin embargo, los parecidos con Ghibli acaban ahí y lejos de presentar un mundo mágico y peligroso, la historia no abandona el plano costumbrista, que tiene suficientes lecciones para su protagonista. Acompañaremos a Momo en algunos de los días más importantes de su vida; forjando amistades importantes y descubriendo partes de la vida que duelen cuando se descubren en una edad tan temprana.
El autor, no duda en revelar la fuente de la inspiración que le llevó a contar la historia de Momo. Confiesa que todo nace con unas fotografías de Kotori Kawashima que crearon a Momo en su cabeza y cuenta como una historia, que iba a desarrollarse en Japón, acabó en una costa de un pueblo normando.
Además, lista películas como Little Miss Sunshine o Billy Elliott (entre otras; menos conocidas y de origen japonés) y cómics como Go Go Monster o Yotsuba!, también como fuentes directas de inspiración.
Y creo que no hace falta contar más. La de ‘Momo’ ha sido una de las lecturas que más he disfrutado en mi vida, no por una narrativa prodigiosa, sino por dulce y tierna. Y tiene uno de los dibujos más bonitos que he visto en viñetas jamás; de esos que consiguen hacer que tu mente ponga música, voces y efectos a la lectura.
Inolvidable y un regalo perfecto para cualquier lector.