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‘Akelarre’: feminismo subversivo en la época negra de la Inqusición
La película del argentino Pablo Agüero ha recibido nueve nominaciones a los premios Goya y se postula como una de las favoritas de la 35 edición del certamen español
Todas las películas sobre religión, cristianismo y la época negra de la Inquisición española me dan vértigo. Están plagadas de conceptos erróneos, manipulación histórica y prejuicios hacia todo lo que tenga que ver con la fe y lo divino. En la mayoría de ocasiones tratan con una condescendencia melodramática y anacronismos históricos los dramas de aquellas personas que fueron aplastadas por el ala más dura y fanática del sistema eclesiástico sin ahondar en los porqués de esa actitud ni profundizar en la psicología de aquellos tenebrosos personajes que dictaron sentencias de muerte contra quienes no comulgaban contra su pensamiento único.
En Akelarre el director argentino Pablo Agüero juega en otra liga. Al comienzo de la película presenta una historia blandiblú sobre un grupo de chicas que son injustamente acusadas por la Inquisición de practicar brujería. Nada nuevo. Son encerradas y antes de que se celebre el juicio, el inmisericorde y fanático representante de la Corona, el juez Rostegui (un personaje inspirado en el inquisidor real Pierre de Lancre, que mandó a la hoguera a más de 300 personas en el siglo XVII) ya tiene preparada su sentencia: culpables.
Sin embargo, lo que en principio huele a tópico en Akelarre se convierte en una historia inteligente y subversiva sobre cómo las mujeres deben sortear la opresión de un sistema injusto y machista a través del único arma que les queda: la inteligencia. Y lo hacen sin aspavientos ni historias imposibles o ucrónicas, sino que se las ingenian para ganar tiempo antes de ser quemadas vivas. Como el juez Rostegui promulga ejemplos que él mismo no cumple (el doble rasero moral) la protagonista, Ana, se hace pasar por una bruja de verdad para llamar su atención e incluso llegar a seducirlo con técnicas que el resto de inquisidores consideran perversas.
Rostegui, como buen hombre viciado por sus prejuicios, su fanatismo, sus flaquezas éticas y morales y, sí, un machismo sistémico propio de una organización patriarcal en el que las mujeres eran consideradas peligrosas si no estaban sometidas –"los hombres tienen miedo de las mujeres que no les tienen miedo"–, cae en la trampa, se deja "seducir" por los encantos de la joven no-bruja y aplaza el juicio de sus víctimas, a las que insta a enseñarle el situal del Sabbat, también conocido como el Aquelarre, una reunión de hechiceras en las que estas invocan a Lucifer y lo adoran. El mismo representante de la cruz, de la fe, el luchador imbatible de la corrupción moral, se convierte simbólicamente en una suerte de satanás humano, además de en un perseguidor de las minorías vascas, cuya lengua y cultura también considera inmorales.
Además de esta inteligente metáfora sobre los demonios vestidos de corderos eclesiásticos, Agüero imprime Akelarre dos tonos que a priori pueden resultar extraños para una película sobre brujería: drama y comedia. La vertiente dramática, representada en el sufrimiento y tortura de las chicas, es más floja. Sin embargo, la vertiente humorística que se destila de ver a esos hombres tan sumamente estúpidos dejarse engañar por un grupo de crías que bailan y tocan tambores alrededor de una hoguera, siendo ellos los que, queriendo prevenir los rituales oscurantistas, promueven una ceremonia satánica que pone en entredicho la credibilidad del juez, es absolutamente brillante. Toda la película conduce a ese final-festín satánico en el que la comitiva de la santísima Inquisición queda ridiculizada y atemorizada por cinco jóvenes inocentes. Una crítica mordaz y demoledora contra la ingenuidad de la Iglesia Católica en la etapa más oscura de su existencia.
Por lo demás, el fuerte contraste de luces y sombras en interiores propios de Carvaggio, Vouet, Baburen y Georges de La Tour, la excelente composición musical de Maite Arroitajauregi y Aranzazu Calleja y las brillantes interpretaciones de Alex Brendemühl, Amaia Aberastegui, el aterrador consejero al que da vida Daniel Fanego y el ingenuio padre Cristóbal de Asier Oruesagasti consiguen que Akelarre tenga bien merecidas esas 9 nominaciones a los premios Goya. Una película feminista, aterradora, imprevisible y dirigida con pulso firme que tiene grandes opciones de triunfar en marzo.