Especial
La leyenda de Armugán, el hombre que acompañaba a los moribundos al Más Allá
Jo Sol, director de esta increíble historia desarrollada en los vastos paisajes del Pirineo aragonés, cree que hace falta acercarse a la muerte para conquistar la vida
Uno solo puede acercarse a Armugán, el último acabador en un sentido simbólico o poético. Sus imágenes destilan una fuerza sobrenatural, inexplicable, esa misma que solo consiguen transmitir las grandes piezas de orfebrería del Séptimo Arte. Si recordamos el hipnotismo del cine de Werner Herzog o la trascendencia que destilaban las películas Andréi Tarkovsky quizás podamos comprender que esta película del cineasta Jo Sol no juega en la misma liga que otras producciones artificiosas que copan la parrilla de estrenos más vistos, sino que se acerca a ese "otro cine" que, por encima de entretenernos, quiere hacernos sentir.
El cineasta español no está preocupado del éxito comercial de sus películas, sino en que estas dejen poso, que la universalidad de los temas que trata no prescriba con los años; que su mensaje, eterno, prevalezca a pesar del paso del tiempo. No en vano hasta mitad de película uno no sabe si Armugán, el último acabador se sitúa en el siglo XXI, XX o hace quinientos años. Poco importa el contexto, ya que lo relevante es el mensaje y los personajes que lo portan.
La historia sigue a un extraño hombre que tiene algún tipo de capacidad sobrenatural para facilitar el tránsito de los moribundos hacia el Más Allá. Los acompaña en sus últimos minutos de vida y les lleva de la mano a ese misterioso lugar al que van a parar las almas tras la muerte. Es una suerte de Caronte de los vivos. A él le sigue un fiel enfermero de cuidados paliativos que hace las veces de guardián y transportista, pues lo lleva a cuestas a todos lados, además de breve narrador.
Armugán, el último acabador es una película que se construye sobre silencios, miradas, movimientos sutiles y paisajes naturales que muchas veces parecen tableaux vivants, cuadros en movimiento. Jo Sol ha sabido construir un universo atemporal, ese "no-tiempo" al que hace referencia cuando le pregunto por el uso del blanco y negro en vez del color o por la banda sonora, absolutamente hipnótica, que entremezcla un folclore fantasmal con algunas pinceladas de música electrónica.
La figura del acabador es parece increíble. ¿De dónde procede?
Jo Sol: Es un personaje de ficción. Una invención absoluta. De ahí que le haya puesto un nombre tamil, lugar de India [estado al Sur del país] al que yo solía ir en los años noventa. Me llevé ese nombre porque me parecía interesante y se lo puse para que no hubiese confusión. No hay una leyenda sobre Armugán, no hay un personaje histórico que se llamara así, pero sí que existe cierta tradición en las zonas mediterráneas de acompañar a los que van a morir. Todas las culturas han tenido una necesidad de encontrar la manera más digna de acompañar al que se iba. Esto existe y ha existido, pero se ha ido perdiendo, olvidando. En cualquier caso Armugán, como personaje, es una invención absoluta, pero me gusta que parezca que forma parte de una leyenda. Necesitamos tener esos mitos y figuras.
¿Qué es lo que te motivó a querer contar la historia de estos personajes?
Todas mis películas giran en torno a la vida y se plantean si realmente hemos llegado a vivir en algún momento. Realmente esas condiciones, ya sean materiales, de identidad, de deseo; todas esas construcciones que atraviesan nuestra existencia nos permiten pensar si realmente hemos tenido el tiempo para entendernos y saber qué hacemos aquí. Esas preguntas recorren mi filmografía y en Armugán se presenta una fase avanzada de esa reflexión: qué pasa cuando la vida llega a su fin, cuando somos conscientes de que vivimos en una realidad transitoria donde todo es cambio. Realidades que son obvias pero que hacemos todo lo posible por ignorar. Mi preocupación no es sobrevivir, sino conquistar la vida.
Podemos decir que buscas conquistar el aquí y del ahora, el presente
Exactamente. Como dije otra película que he hecho hace poco: “A mí no me interesa vivir muchas vidas, sino vivir una sola vida hasta el final". Es apurar la vida, pero también integrar la muerte. Por mucho miedo que nos produzca esa finitud no hay nada más real que el hecho de que vayamos a morir. Cuanto más conscientes seamos de ello y más incorporemos esa realidad a nuestra ficción, más posibilidades tendremos de llevar una vida plena.
¿Crees que el cine nos puede ayudar a enfrentar la muerte?
Yo creo que todo lo que construimos como creadores, lo que reflejamos, lo que es capaz de conmovernos y acompañarnos en nuestra reflexión, aquellas imágenes o relatos que nos ayudan a construir una cosmogonía para tratar de comprender por qué estamos aquí; yo creo que todo eso contribuye. No considero que sea la función única ni determinante del cine, pero en cualquier arte la emoción entronca con ese lugar donde resuenan ciertas verdades inmutables que estaban allí antes de que estuviéramos nosotros y que estarán cuando nos hayamos ido.
¿Qué lleva a una persona a querer ser un acabador? ¿Qué pasa por la cabeza de esos personajes tan silenciosos y herméticos?
Por una parte hay esa conciencia de pensar que la muerte es una medicina para la vida. Es la idea que tiene uno de los protagonistas, quien ha sido un enfermero de cuidados paliativos y ha visto el sufrimiento y entendido que los momentos de placer, satisfacción y plenitud son pocos en comparación con el peso, el desgaste y la fragilidad del cuerpo. Ante ese sufrimiento no se le ocurre nada más que entender la muerte como una solución a todo. Es alguien que vive cada día siendo consciente de los cambios y los ciclos; una persona que piensa que por mucho que él muera la vida continuará. Esa es la gran diferencia: pensar que la vida eres tú o que es algo que va mucho más allá de nuestra identidad.
¿Crees que el cine se construye más sobre emociones, sobre la intuición del director a la hora de retratar estados psicológicos o emocionales, en vez de con diálogos e historias con una estructura más clara?
Ahora tenemos una realidad en la que existe un déficit de atención. Sobreponemos capas de atención, una encima de la otra. Tenemos una dualidad, una triplicación, una multiplicación de facetas de interés. Esa es la realidad contemporánea y es difícil presentar películas como esta como algo atractivo (risas). Pero, por ejemplo, vemos que alimentos que antes eran comida de pobres ahora son de lujo. Aquí pasa lo mismo. Esa velocidad, ese desgaste de no parar en la atención en los detalles, en los sonidos, en los elementos; plantear este tipo de películas es disruptivo y poco atractivo para el público y, sin embargo, yo creo que el tiempo pone todas las cosas en su lugar. Cuanto menos productos culturales tengamos de esta clase más necesidad habrá de que existan. Esta aportación, que es atrevida y no es sencilla, puede ayudar a trascender la experiencia estética y desarrollar una forma de atención sobre los detalles.
En tu película el entorno es un personaje más.
Qué bien que lo veas de ese modo. Tú puedes escoger que el entorno sea un personaje o un fondo. Yo decidí que fuera un escenario que hablase y que solo se comprendieran los personajes a partir de ello. Es lo que buscaba, especialmente cuando hablamos de silencios y permitimos que se comuniquen los elementos: las ovejas, los cencerros, los pájaros, las respiraciones. No es una película muda en absoluto: existe una intervención de la naturaleza, ese expresarse de lo natural, que en un momento dado estalla en una propuesta narrativa donde el ser parlante, el humano, tiene esa necesidad de expresarse y mostrar su opinión respecto a lo que es la vida y a cómo quiere morir.
¿Dónde la rodasteis?
En Ascaso, donde se celebra uno de los festivales más entrañables de España, del que se dice que es la muestra de cine más pequeña del mundo. Es una aldea del Sobrarbe, región del Pirineo, zona muy rica en expresiones de la tradición como es el festival de cine antropológico, que sea da en montaña, y donde hay muchas personas que han decidido vivir en contacto con la naturaleza. Algunas son pastores, otras son artesanos o artesanas; es gente extraordinaria. Por un lado se daba esa belleza, por otro se presentaba la riqueza cultural del entorno; mientras, en un tercer lugar, nacía una conexión con esa gente, que entendía que una película puede ser un evento cultural de primer orden. Quisieron participar poniendo todas las facilidades del mundo. Fue un feliz encuentro a partir de un festival de cine entrañable y único.
¿Por qué apuestas por el blanco y negro y no retratas en color esos maravillosos paisajes del Pirineo aragonés?
Inicialmente tenía la idea de partir del no-lugar, que el tema fuera universal. Me pregunté cómo podíamos hablar de lo universal a partir de ese no-lugar, ese no-tiempo. ¿Cuándo estamos? ¿Dónde? Todas esas preguntas que te haces durante la película y que van cambiando conforme la trama avanza. Esas preguntas tenían el punto de partida del blanco y negro, que a la vez también nos permitía hablar de los elementos, de ese personaje [la naturalza] que te decía antes, sin quedar atrapados en su belleza.
La banda sonora de la película es absolutamente hipnótica. Parece que estás sumido en un sueño.
Es muy bueno el trabajo que hicimos con Juanjo Javierre, que es contemporáneo mío y hemos escuchado música muy parecida. Fue fácil ponerse de acuerdo. Tuvimos que probar cosas para que encajaran en cada momento, pero es una persona muy culta, muy rica a nivel de su paleta de conocimientos, estilos y sonoridades y aportó muchísimo para que la música y el sonido se integraran de forma elegante y efectiva. Estoy muy contento de esa integración.
¿Cómo crees que va a ser la reacción del público? Al fin y al cabo hablamos de una película complicada, con un ritmo muy distinto al que estamos acostumbrados. ¿Funcionará?
Es bastante improbable, pero hemos aprendido que el tiempo es otro factor. Creo que es una película que en 5, 6 o 7 años seguirá ramificándose, el tiempo no le habrá caído encima, y funcionará igual que El taxista ful, que tiene 15 años. No es importante si funciona en taquilla; es un tipo de película que persigue otro tipo objetivo que nada tiene que ver con lo comercial o inmediato: tiene el anhelo de mantenerse en el tiempo y de convertirse en referente.
Armugán, el último acabador, dirigida por Jo Sol y protagonizada por Gonzalo Cunill, Diego Gurpegui, Núria Lloansi, Íñigo Martínez, Nuria Prim, se estrena en cines el 28 de mayo de 2021.