Lujo marbellí, gintonics y ‘muchas Flores’: así caí rendido ante el huracán Rosario
La cantante pone mucha marcha en el Starlite de Marbella
Nunca he sido muy de Rosario. Mi gusto musical está mucho más cerca del pop, aunque siempre la he valorado como artista y su discografía guarda himnos que cualquiera de mi generación, por mucho que se empeñe en buscar talentos fuera, ha berreado en alguna verbena o en la discoteca de turno que echaba el resto con las folklóricas y sus herederas. Nunca he sido muy de Rosario, pero siempre ha sido de mis coaches favoritas de La Voz. Ella es artista y, al igual que a su madre, se le entiende en todo el mundo por el acento y ese poderío que no se puede aguantar.
Quizá nunca antes hubiera ido a un concierto suyo, pero con esto de la pandemia se nos ha privado de cualquier velada y ahora, si la ocasión lo merece y las medidas se cumplen, no me pierdo una. Por eso, al recibir una invitación para ir a ver a Rosario al Starlite, no me lo pensé ni un segundo. Tenía claro que ir a la cantera donde ella se crió era algo que había que ver al menos una vez en la vida.
Creo que no hay nada parecido al Starlite. Es como un festival en el que se junta, como en Hanna Montana, lo mejor de ambos mundos: la vida de ser un ricachón con ese barco que Brays Efe sigue sin catar y la vida de un ciudadano normalucho (o sea, yo) que se queda fascinado al ver cómo unas mujeres empoderadas (y seguramente amigas de Terelu Campos) se hacen la mejor de las fotografías en un photocall bien cargado de patrocinadores.
Pero vuelvo al tema que nos confiere. El Starlite tiene un tema aparte, pero aquí he venido a hablar de Rosario que es la que este miércoles se ganó el cariño de toda esta gente (y el mío también). Iba con mi chico y dos amigos, porque a un evento así se va en compañía. Sabíamos que íbamos a pasar un buen rato, así que, después de bichear un poco el panorama y llegar a la conclusión de que Eugenia Martínez de Irujo es rubia natural y el moreno de Luis Rollán no es gracias a los rayos del sol, nos echamos un gin tonic de Larios 12 (sin torreznos, lo siento Paquita) para disfrutar de la mejor Rosario. Bueno, la única que he visto en directo, pero es que lo suyo es de otro planeta.
Cantó un poco de lo nuevo, un poco de lo viejo y un poco de lo de siempre. Muchas canciones eran reconocibles por todo el mundo y otras, las más recientes, costó más seguir a un recién llegado como yo, pero no importa porque ella no paraba quieta. Que sí pelo pa’ arriba. Que sí pelo pa’ abajo. Que sí el movimiento de piernas estrella de los Flores. Que si manos al cielo. Y entonces, claro, te invade por dentro un buen rollo y un sentimiento andaluz que te crees que tu madre también es Lola Flores y te vienes arriba.
También hubo sentimentalismos, esos momentos que tocan a uno el corazón. Cuando cantó Qué bonito, que se la dedicó a su hermano Antonio, y dijo que la gente siempre la recordaría por esa canción (bien verdad que es). O el alegato contra la homofobia que hizo aludiendo el asesinato de Samuel antes de entornar No dudaria: "Prometo ver la alegria y escarmentar de la experiencia, pero nunca nunca más usar la violencia". Aquí la piel de gallina.
Y como colofón final, que lo hubo y a lo grande, Rosario invitó al escenario a Antonio Carmona y a su hermana Lolita. Entonces el Starlite sí que se convirtió en una de esas fiestas que tan bien retrató Paco León en Arde Madrid y tocó darlo todo con El sitio de mi recreo, Te quiero, te quiero y Queremos marcha. Dos horas de concierto y Rosario hubiera seguido dos horas más taconeando y moviendo la melenaza de rizos de un lado a otro. "Gracias por hacerme grande. Gracias por sentirme", dijo antes de despedirse y dejarnos a todos con ganas de otro Larios y unos cuantos bises más.
Adriano Moreno
Periodista de LOS40 y escritor. Me gustaría vivir en la película ‘Chicas malas’ y Russell Tovey lleva...