Especial
Laura Reboul: “Con cada compra, estamos eligiendo y favoreciendo que una empresa vaya por un camino u otro”
Entrevistamos a la joven ambientóloga Laura Reboul, un referente del activismo climático en nuestro país
Todo activista recuerda el momento en que su cabeza hizo clic. El día en que se dio cuenta de que hay que empezar a dejar de ser parte del problema para intentar formar parte de la solución. En el caso de la joven Laura Reboul, aquel instante tuvo lugar en 2008. “España sufría una gran sequía. Yo veía anuncios y pegatinas por todas partes y me impactó mucho. Tanto, que iba detrás de mi madre cerrándole el grifo cuando fregaba los platos y diciéndole que el agua tenía fin”, recuerda.
La madrileña Laura Reboul es Activista Climática, Comunicadora y Educadora ambiental. También, Ambientóloga por la Universidad Autónoma de Madrid. Y como les ocurre a muchos, a ella también le marcó profundamente un profesor del colegio. “Estaba en primero de Bachillerato, y tuve un profesor de ciencias que era activista internacional. Nos habló del cambio climático, del medio ambiente y de la defensa de la naturaleza. Para mí fue un referente, y fue clave para que decidiera estudiar la carrera de ciencias ambientales y empezar a colaborar con diferentes asociaciones ecologistas”, cuenta.
El cambio empieza en casa
Para Laura Reboul, ser activista climática empieza por ser coherente con uno mismo. ¿Cuál sería el decálogo del joven concienciado? “Soy vegana, reduzco los plásticos de un solo uso todo lo que puedo, utilizo cosmética natural, compro a granel, utilizo el transporte público, compro ropa de segunda mano, consumo con cabeza… Creo que es una cuestión de ser conscientes de cuál es nuestro impacto”, señala.
Para Laura, también es esencial contar a los demás la importancia de cambiar nuestra manera de relacionarnos con el planeta. “Para mí, el activismo climático es divulgar, denunciar e intentar trasladar aquello que yo he ido aprendiendo para que todo el mundo sea consciente de la situación en la que estamos”, explica.
Hay cosas, muchas, que podemos empezar a hacer desde hoy: “Todos deberíamos cambiar nuestro modelo de vida y nuestros hábitos de consumo. Ahí está la clave. ¿Nos planteamos de dónde viene lo que compramos? ¿De dónde viene esta camiseta? ¿Qué impacto social y ambiental ha tenido? ¿De dónde viene este filete que estoy comiendo? ¿Qué ha supuesto? Si nos planteáramos un poco más cada compra y la hiciéramos de forma consciente, cambiaría nuestra forma de consumir”.
¿Nos planteamos de dónde viene lo que compramos? ¿De dónde viene esta camiseta o el filete que estoy comiendo? ¿Qué ha supuesto?
“Con cada compra, estamos eligiendo y favoreciendo que una empresa vaya por un cierto camino o por otro”, apunta Laura. “Un buen ejemplo son los productos veganos: hace cuatro años era muy difícil encontrarlos. Hoy, a base de que las personas lo hemos demandado, es mucho más sencillo encontrarlos en supermercados o en la carta de los restaurantes”.
Más allá de las personas, los gobiernos también tienen un papel clave. “Han de ser coherentes con lo que estamos viviendo, y no financiar proyectos que destruyan la biodiversidad. Por ejemplo: en Noviercas (Soria) se pretende construir la mayor macrogranja de Europa, con 23.500 vacas. Actualmente la mayor que tenemos tiene 5.000 y ya supone un enorme impacto. Otro ejemplo es el modelo de movilidad: Tenemos que reducir el uso del coche en las ciudades, pero no puedes exigir a la gente que no vaya en coche si no ofreces un transporte público de calidad, o no fomentas el uso de la bicicleta. Es clave que los gobiernos se comprometan y tomen medidas reales”.
La esperanza es lo último que debemos perder: si no confiamos en que las cosas van a ir a mejor, no podremos impulsar los cambios que tanto se necesita
Por último, ¿cómo ve el mundo dentro de 50 años? Como ambientóloga, ¿se atreve a sacar la bola de cristal y contárnoslo? “Me lo imagino muy diferente al actual. Habrán cambiado muchas cosas: el cambio climático ya es una realidad, pero en medio siglo será algo con lo que habremos aprendido a vivir. Soy positiva al respecto: si no somos optimistas, ¿qué nos queda? La esperanza es lo último que debemos perder. Si no confiamos en que las cosas van a ir a mejor, no podremos impulsar los cambios que tanto se necesitan. Confío en que sea una sociedad diferente, que hayamos aprendido de nuestros errores de los últimos años y que sea una sociedad mucho más justa e igualitaria para todas las personas y seres vivos”.