El hombre que compró una isla desierta y la convirtió en un paraíso de biodiversidad 

Esta es la inspiradora (e increíble) historia de Brendon Grimshaw, el periodista que lo dejó todo y vivió en una isla desierta durante más de medio siglo. 

Brendon Grimshaw, en su isla particular. / 'Un grano de arena'

Vivir en una isla desierta. En soledad y en contacto pleno, total y absoluto con la naturaleza. Sin apenas dependencia alguna de nada ni de nadie y lejos de la civilización.

Lo que suena a argumento de película de Hollywood fue una realidad vital para Brendon Grimshaw, un ciudadano inglés que vivió en un lugar así y de esta manera durante más de medio siglo. En concreto, en la minúscula isla Moyenne, perteneciente al archipiélago de las Seychelles, en el África Oriental.

Pero, ¿cómo, cuándo y por qué llegó hasta allí? ¿A qué precio logró convertirse en el dueño de la isla? ¿Cómo logró sobrevivir? Empecemos por el principio.

Lejos de todo… y de todos

La historia de amor de Grimshaw y la isla de Moyenne arranca en 1960. Aquel año, el joven inglés decidió dejar su trabajo como editor de un periódico para gastar hasta el último céntimo de sus ahorros en el gran sueño de su vida: comprar una isla desierta.

Moyenne llevaba mucho tiempo deshabitada: de hecho, nadie había puesto un pie en este pequeño islote de apenas 10 hectáreas desde 1915. Tampoco nadie había mostrado demasiado interés en ella. Por eso, cuando ofreció a su último dueño, el empresario local Phillip Georges, la nada desdeñable cifra de 8.000 libras (unos 9.300 euros), no tardaron en llegar a un acuerdo.

La isla de Moyenne, en las Seychelles. / Getty Images

Grimshaw tenía un plan: convertir aquel peñón olvidado en un auténtico paraíso natural. Para conseguirlo, contrató a un nativo llamado René Lafortin y, juntos, comenzaron a plantar árboles. Lo que comenzó como una alianza circunstancial acabó en una amistad para toda la vida. René y Brendon permanecieron juntos durante 40 años, durante los cuales plantaron más de 16.000 con sus propias manos y construyeron 5 kilómetros de senderos.

Con el tiempo, el lugar se convirtió en un auténtico vergel y, claro está, también en un paraíso para toda clase de animales. 2.000 especies de aves convirtieron Moyenne en su hogar. Además, René y Brendon introdujeron en sus playas más de un centenar de tortugas gigantes, una especie que se encontraba en grave peligro de extinción.

Paseo, playa y cena, 12 euros

Para financiar su plan, ambos empezaron a organizar pequeñas visitas a la isla para los turistas que visitaban Mahé, la isla principal de las Seychelles. A cambio de sólo 12 euros, podían realizar un recorrido por sus senderos y terminar la jornada cenando en el restaurante Jolly Roger, que no era otra cosa que el propio hogar de aquel viejo periodista inglés.

René y Brendon plasmaron su experiencia en un libro, ‘Un grano de arena’, que vio la luz en 1996. En 2009, sus vivencias fueron llevadas a un documental del mismo nombre. A pesar de lo extraordinario de la historia, la película no tuvo una gran repercusión, aunque basta bucear un poco para encontrarla en Internet. Concretamente, en playita plataforma Vimeo.

El 10 de julio de 2012, a la edad de 87 años y sólo cinco después de que lo hiciera René, Brendon falleció sin ver cumplido su último sueño: convertir la isla en un parque natural. Pocos años antes había rechazado ofertas de más de 50 millones de dólares de inversores interesados en comprar Moyonne. Y es que al viejo periodista no le interesaba demasiado el dinero. “No quiero que la isla se convierta en el lugar de vacaciones favorito de los ricos. Mejor que sea un parque nacional. Un lugar que todo el mundo pueda disfrutar”, declaró antes de morir.

Aquella última voluntad de Brendon Grimshaw se hizo realidad un año después de su muerte, cuando fue declarada Parque Nacional. En concreto, Moyenne puede presumir hoy de ser el Parque Nacional más pequeño del mundo. Un lugar que los turistas pueden visitar en pequeños grupos para, durante un rato, ponerse en la piel de un hombre que soñó con un mundo mejor. Aunque fuera en un pequeño y apartado rincón del océano.