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Treinta años de la muerte de Antonio Flores: uno de los episodios más tristes del rock español

No pudo soportar el fallecimiento de su madre, Lola Flores, ocurrido dos semanas antes

Antonio Flores, un talento incomprendido que no soportó la muerte de su madre.

En sus últimos días de vida, Antonio Flores llevaba una mano vendada: se la había destrozado al golpear una pared presa de la rabia y el dolor por la muerte, el 16 de mayo de 1995, de su madre, Lola Flores. Aunque el vendaje podía avisar del alcance de su pena, pocos pudimos imaginar que esta llegaría a su cota más alta, y por desgracia, luctuosa, el 30 de mayo, cuando solo dos semanas después del fallecimiento de La Faraona, el cuerpo sin vida de Antonio Flores aparecía en la cabaña que la folclórica había construido para él en el jardín de la casa familiar, en el exclusivo barrio de La Moraleja, al norte de Madrid.

Sus más allegados, otros artistas y amigos cercanos, sabían de la sensibilidad de este gran cantautor a quien nadie supo ubicar realmente en el amplio espectro de la música española. Era demasiado rockero para los amantes de los sonidos aflamencados y demasiado flamenco para el público del rock (aunque de flamenco tenía poco o nada). Le costó muchísimo que la gente dejase de valorarlo solo como “el hijo de Lola Flores” y comenzase a apreciar la calidad de sus canciones. Finalmente, y gracias a su infatigable empeño, su disco Cosas mías, publicado un año antes de su partida definitiva, se convirtió en un enorme éxito, llegando a superar el medio millón de copias vendidas. Su hermana Rosario llevaba ya unos años triunfando con canciones escritas por él.

Estaba en su mejor momento. Pero como ocurrió a otros ilustres del rock español (como Enrique Urquijo), su sensibilidad, la fragilidad de los genios, transformó la euforia natural por el éxito profesional en profunda tristeza por la muerte de su madre. Lola Flores era un huracán que arrasaba por donde pasaba, y el peso que debió de tener en la vida de su único hijo solo él lo sabía. El impacto por la pérdida del referente materno fue tal que, cuando acaeció, Antonio ni siquiera pudo desplazarse al entierro para despedirse de ella.

Urge aclarar que Antonio Flores no se suicidó. Pero arrastraba una serie de hábitos poco saludables que indican que esa noche de zozobra sucumbió para tratar de paliar su drama. Se sabe que, consciente de que no se encontraba bien, se dio un baño en la piscina de la casa a fin de despejarse. Las hermanas Irene y Consuelo Chamorro, amigas suyas, presentes en esos instantes en la vivienda, tuvieron que emplearse a fondo para sacarlo del agua, como contó EL PAÍS. Luego se retiró a descansar a la cabaña, donde, recostado en su cama, murió. Tenía 33 años.

Cuatro días antes de fallecer concedió una rueda de prensa previa a su concierto en Pamplona. Su voz en aquel acto sonaba herida, arrastrada. “Lloré con Camarón, porque se había muerto un genio {el cantaor había fallecido en julio de 1992], y ahora he llorado porque se ha muerto un genio que era mi madre. Pero la vida sigue y ella lo que quiere es verme en un escenario y triunfando. Y esta gala va dedicada a ella”. Sería la última que ofrecería.

La autopsia determinó que Antonio Flores murió a las 5 de la mañana tras haber ingerido una cantidad importante de barbitúricos (que tomaba para controlar los efectos de la abstinencia a la heroína) con alcohol. Por lo que declaró Irene Chamorro, la mezcla le provocó un infarto fulminante. El golpe para el clan de los Flores fue, como es lógico, terrible. Antonio dejaba, además, una hija de nueve años, Alba, hoy reconocida actriz.

Antonio Flores - Siete Vidas

Y así, se apagó la luz de un músico imprescindible en el rock español de los noventa. De un talento a veces incomprendido que acabó ganándose el corazón de la gente. Y, sobre todo, de una buena persona. En diversas entrevistas que he hecho a profesionales de la industria a lo largo de mi carrera, el nombre de Antonio Flores ha salido a relucir. Un representante me contó que, mientras cruzaba Madrid en coche con Antonio, una persona sin hogar se les acercó en un semáforo a pedir dinero. Antonio, que no llevaba efectivo, se quitó su reloj y se lo dio.

Y una anécdota personal: vi a Antonio Flores desnudo. A principios de los noventa yo escribía en El Gran Musical, revista quincenal que dependía de LOS40. En 1994, la publicación pasó a llamarse EGM, y ya no dependía de la radio; pero seguí escribiendo en ella. Cuando Antonio Flores publicó Cosas mías, me encargaron que lo entrevistara. Para ello, me desplacé a la sede de su discográfica, que disponía de un espacio al que denonimaban “el pub”, forrado de maderas nobles y decorado con grandes sofás y una barra de bebidas. Allí me encontré con el fotógrafo que iba a hacer las fotos para mi entrevista. Y el tipo venía con una idea: retratar a Antonio Flores desnudo (tapando, eso sí, sus partes íntimas con sus manos) como habían hecho Red Hot Chili Peppers en Rolling Stone.

Cuando apareció Antonio, el fotógrafo se lo propuso y el músico, con toda su buena fé, no puso ningún reparo, por lo que procedió a desvestirse (por respeto hacia él, miré para otro lado hasta que calculé que ya estaba posando como se le solicitaba) .Cuando entregamos el material a los responsables de EGM, estos pensaron (¡a buenas horas!) que Antonio era poco cool para una revista tan “molona” como la que según ellos hacían, por lo que lo rechazaron. Al fotógrafo, consciente de que tenía un filón, no se le ocurrió otra cosa que ofrecer las fotos a Interviú, que con agrado y generosidad las compraron junto con mi entrevista. Cuando el ejemplar se publicó, tuvo cierto eco, y los paparazzi esperaban a Antonio por la calle para preguntarle cómo es que había vendido su desnudo. “¡Yo no he vendido nada!”, se defendía, y con toda la razón.