El concierto de Bruce Springsteen en Donostia: una noche de rock, memoria y resistencia que promete volver
El Boss desató su energía en el Reale Arena con un concierto épico de casi tres horas

Bruce Springsteen durante un concierto en Monza, Italia. / Sergione Infuso - Corbis
En una noche marcada por la emoción, la épica y la reivindicación, Bruce Springsteen volvió a conquistar Donostia con un concierto inolvidable en el Reale Arena. Bajo una lluvia intermitente y con casi 40.000 almas entregadas, el Boss ofreció un espectáculo de casi tres horas que combinó rock de estadio, crítica política y una conexión emocional profunda con su público.
Desde los primeros acordes de No Surrender, quedó claro que esta no sería una noche cualquiera. A sus casi 76 años, Springsteen demostró que la edad no ha mermado su energía ni su compromiso. Acompañado por una E Street Band en plena forma —con mención especial para Max Weinberg a la batería y Jake Clemons al saxo—, el de New Jersey desplegó un repertorio que osciló entre clásicos como The River, Born to Run y Thunder Road, y temas cargados de mensaje como Death to My Hometown o Rainmaker.
El concierto fue también una declaración política. En un emotivo discurso, subtitulado en euskera y castellano, Springsteen denunció la deriva autoritaria de la política estadounidense y llamó a la defensa de la democracia y la libertad. "La América que amo está en manos de una administración corrupta y traidora", proclamó, antes de invitar al público a alzar la voz contra el autoritarismo.
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La puesta en escena fue sobria pero efectiva, con tres pantallas LED que permitieron seguir cada gesto del artista y su banda. El momento más íntimo llegó con House of a Thousand Guitars, interpretada solo con guitarra acústica, mientras que el clímax emocional se vivió con Land of Hope and Dreams, convertida en himno colectivo de esperanza.
Los bises fueron una auténtica verbena rockera: Born in the U.S.A., Dancing in the Dark, Bobby Jean y una explosiva versión de Twist and Shout pusieron el broche de oro a una noche mágica. El cierre, con Chimes of Freedom de Dylan, fue una plegaria por un mundo más justo, coreada por un estadio en comunión total con su ídolo. Donostia volvió a ser tierra prometida para Springsteen. Y él, una vez más, cumplió su promesa: hacer del rock un acto de fe, resistencia y libertad.