Lo que Patti Smith es para tus padres, Rosalía lo será para tus hijos (y aquí está la explicación)

La historia popular se entiende, en buena medida, a través de artistas capaces de tender puentes entre épocas. Patti Smith lo hizo para una generación que creció en la transición de los años 60 y 70, cuando la poesía y el folk empezaban a sonar viejos frente al punk. Medio siglo después, Rosalía ha tomado ese mismo rol: el de catalizar la tradición para proyectarla hacia el futuro, transformando el flamenco en un lenguaje global sin perderle el pulso a la modernidad.

En el Nueva York de los setenta, Smith se presentaba en el legendario club CBGB con un estilo que unía la lírica de Bob Dylan o Lou Reed con la electricidad del punk emergente. Su posterior acercamiento creativo a Bruce Springsteen no fue un simple cruce anecdótico: ambos representaban puentes entre géneros y sensibilidades distintas, mostrando cómo la música podía borrar fronteras (hablando de géneros musicales) sin perder autenticidad.

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Rosalía ha seguido un camino comparable. Primero irrumpió con Los Ángeles y, sobre todo, con El Mal Querer, dos discos que, aunque distintos en concepto y producción, mantenían el flamenco como núcleo identitario. Sin embargo, en paralelo, la catalana rompía listas de streaming con colaboraciones en reguetón junto a Ozuna o incursiones en el dembow con Tokischa. Una dualidad que desconcertaba a algunos, pero que la convirtió en un fenómeno capaz de ser venerado por la crítica sin renunciar al éxito masivo.

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Ambas comparten un destino curioso: lo que en su momento sonó revolucionario hoy parece asumido, casi normal. Que una poeta se plantara en un escenario punk con una guitarra improvisando detrás, o que una cantaora experimente con autotune, son gestos que abrieron caminos. Pero cuando esos caminos se vuelven carreteras transitadas, las nuevas generaciones olvidan lo radical que fue dar el primer paso.

Otro punto en común es la conciencia sobre el valor del trabajo colectivo. Smith no hubiera existido sin Lenny Kaye, que pasó de acompañarla con acordes a fundar con ella el Patti Smith Group. Rosalía, del mismo modo, ha demostrado una admirable capacidad de reconocer y visibilizar a quienes la acompañan en su obra. La figura de El Guincho en El Mal Querer es el ejemplo más conocido, pero lo cierto es que en sus entrevistas habla con frecuencia de sus productores y músicos, resaltando que un trabajo bien hecho requiere del talento de los demás. En lugar de ocultarlos, los pone en el centro, y al mismo tiempo abre puertas para artistas emergentes, mostrando que se trata de ampliar caminos.

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Y está, por último, la cuestión de la fe. Para ambas, la perspectiva espiritual resulta fundamental, aunque abordada desde ángulos distintos. Patti Smith abrió Horses con una reinterpretación de Gloria que empezaba proclamando: "Jesús murió por los pecados de alguien, pero no por los míos". Rosalía, en cambio, despliega un abanico que va desde el "Si Dios te lo da, te lo quitará" de Diablo hasta el íntimo mensaje de voz de su abuela en G3, N15. En sus obras, tanto Smith como Rosalía hablan, de manera insistente, de la bendición: ese espacio en el que lo divino y lo humano se encuentran como guía, consuelo o advertencia.

Por todo ello, no es descabellado afirmar que lo que Patti Smith significó para quienes hoy son padres, Rosalía lo será para los hijos que mañana escuchen su legado. Dos artistas que hicieron de la tradición un trampolín hacia lo inesperado, que aprendieron la una de la otra sin cerrarle paso a nadie, y que demostraron que la innovación, a veces, se construye mirando de frente tanto al pasado como a lo sagrado.