La Inteligencia Artificial se está comiendo toda la memoria RAM del mundo. ¿A dónde nos lleva esto?

Las crisis tecnológicas siempre arrancan de formas parecidas: una consola imposible de encontrar, una tarjeta gráfica que se convierte en artículo de lujo, un móvil que sube cien euros de golpe y nadie sabe muy bien por qué. Pero luego están las crisis que llegan sin hacer ruido.

La subida reciente del precio de la memoria —RAM y compañía— parece ser una de ellas. No es un drama de titulares diarios, pero sí un cambio de fondo que empieza a colarse en la factura del hardware y, lo más inquietante, en la forma en que se diseñará la tecnología en los próximos años.

La memoria siempre ha sido un termómetro extraño. Durante décadas, el usuario se ha acostumbrado a una promesa tangible: cada generación traería más capacidad por menos dinero. Un ciclo con altibajos, sí, pero con dirección clara. Hoy esa promesa se tambalea porque la memoria ha dejado de ser un componente “más” y ha pasado a ser un recurso estratégico. El nuevo árbitro del mercado no es el consumidor que quiere un portátil mejor: es el centro de datos que necesita escalar inteligencia artificial sin frenar.

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En el lado industrial, las señales se han vuelto difíciles de ignorar. Hemos estado viendo subidas muy agresivas en chips DDR5 de servidor, con incrementos atribuidos a Samsung que se mueven hasta el entre un 60% y un 100%. Y no hace falta investigar mucho en internet para darnos cuenta de que vivimos un panorama de suministro tenso y subidas de precio en DRAM (DDR4/DDR5) que ya se trasladan al precio de casi todo el mercado tecnológico. Y lo que más preocupa de todo esto no es solo el “cuánto”, sino el “cuánto tiempo”.

El punto clave es este: cuando el cliente que paga más aparece, el mercado se reordena a su alrededor.

La inteligencia artificial —la de los famosos chats que responden preguntas, resumen documentos, generan imágenes de Ghibli, traducen, programan, recomiendan, moderan, vigilan, predicen— no vive solo de GPUs. Vive de alimentar datos con velocidad, de moverlos como si fueran sangre por un cuerpo inmenso. Y para eso necesita memoria en todas sus formas: en servidores, en nodos, y especialmente en las configuraciones más rentables para acelerar la computación. La memoria deja de ser un “extra” y se convierte en rendimiento, y el rendimiento se convierte en dinero. Mucho dinero.

Eso cambia la conversación con una crudeza casi incómoda: si un centro de datos puede pagar más por asegurarse suministro, el resto del mundo compite desde abajo. Y desde abajo compiten el portátil de un estudiante, el PC de un youtuber que empieza, tu móvil de gama media, o la consola que estás pensando en comprar. Compiten —y pierden— contra contratos a largo plazo, contra compras anticipadas, contra cadenas de suministro diseñadas para servir primero al que sostiene la nube.

Ni siquiera hace falta imaginar conspiraciones. La industria funciona con incentivos simples. Si fabricar memoria “premium” y venderla a clientes de IA deja más margen y seguridad al negocio, el capital se desplaza hacia ahí. Y ese desplazamiento ya se verbaliza sin pudor: Micron ya ha comunicado que abandonaba la memoria de consumo (que comercializaba como Corsair) para centrarse en memoria avanzada orientada a centros de datos de IA. SK hynix afirma tener vendida por adelantado toda su producción de 2026 (DRAM, HBM y NAND), impulsada por el tirón de la IA. No hace falta traducirlo: cuando el futuro está “reservado”, el presente se encarece.

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Como decimos, el impacto real es para la etiqueta del precio del resto. Hemos visto subidas de hasta el 200% en kits de RAM DDR5, atribuídas a escasez. Es el tipo de aviso que nos dice que el mercado ya está tenso. Dell, por ejemplo, ha anunciado subidas de precios en portátiles y PCs comerciales a partir del 17 de diciembre de 2025, citando escasez de DRAM y NAND y aumentos relevantes según configuración. Y la lista seguirá creciendo poco a poco hasta que la noticia deje de ser noticia.

En móviles, el panorama puede ser aún más sensible porque cada euro cuenta (especialmente a las gamas de entrada) . Ya se habla de que el aumento de costes de chips golpeará fuerte a la industria en 2026 y los primeros en notarlo serán los que suelan mirar las gamas bajas/medias en busca de su terminal.

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¿Y las consolas? No dependen exactamente del mismo tipo de memoria que un PC convencional, pero no están aisladas. Las cadenas de suministro se cruzan, los fabricantes comparten capacidad, y la presión general de costes acabará apareciendo en precios finales. Además, hay un efecto secundario difícil de cuantificar pero fácil de intuir: si montar un PC se vuelve menos atractivo por precio, parte de la demanda migra a consola… y eso también reequilibra estrategias comerciales.

Hasta aquí, hechos y consecuencias visibles. Ahora queremos saber qué pasará en el largo plazo.

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Lo que está ocurriendo con la memoria es una advertencia sobre el futuro del mercado tecnológico: la era de la IA está introduciendo un nuevo tipo de competencia. Ya no compiten solo marcas y productos; compiten sectores completos por los mismos recursos industriales. Y cuando compite el centro de datos contra el consumidor, el centro de datos suele ganar. Aunque solo sea porque su economía es distinta: compra a volumen, compromete capital, paga por prioridad.

Eso abre tres posibilidades inquietantes.

La primera: que la tecnología personal se encarezca no de forma explosiva, sino constante, como un goteo. No habrá un titular único, sino una normalización de precios más altos. El usuario lo notará cuando el portátil “normal” se acerque peligrosamente al precio de lo que antes era “gama alta” o cuando el precio del móvil asequible ya no sea tan asequible.

La segunda: que el diseño de producto se adapte a la escasez de memoria de manera estructural. Si la RAM es cara, se optimiza… pero también se externaliza. Más funciones pasan a depender de servicios en la nube, y eso transforma un coste único (comprar el dispositivo) en un coste recurrente (pagar por usarlo plenamente). La memoria, entonces, no solo se convierte en precio: se convierte en modelo de negocio.

La tercera: que incluso cuando llegue más capacidad industrial, el mercado no vuelva a lo anterior. Porque las industrias también aprenden. Si el pasado enseñó que la sobreoferta hunde márgenes y la escasez los dispara, el incentivo es claro: crecer con cautela, vender con contratos, evitar guerras de precios. Y si, además, la IA sigue expandiéndose —y no hay motivos para pensar lo contrario—, el suelo del precio de la memoria puede quedar más alto de lo que el consumidor recuerda como “normal”.

En ese contexto, la pregunta ya no es solo “¿subirá la RAM?”. La pregunta es “¿qué clase de tecnología saldrá de un mundo donde la memoria es un recurso disputado por gigantes?”. Y la respuesta probable no gusta: saldrá una tecnología más cara, más cerrada y más dependiente de suscripciones, en la que el usuario compra menos “capacidad” y más “acceso”.

Si quieres saber más sobre este "bache histórico", te dejamos un didáctico video del compañero youtuber "Nate Gentile" que te ayudará a comprender mejor lo que está pasando.