La Reina del Pop frente al caballero inglés: 25 años del ‘sí, quiero’ más raro de Madonna
La cantante se casó con el cineasta Guy Ritchie en Escocia y su matrimonio duró siete años
Madonna y Guy Ritchie, en 2003 (Photo by James Devaney/WireImage) / James Devaney
El 22 de diciembre de 2000, mientras el mundo se preparaba para sobrevivir al efecto 2000 y a los excesos navideños, Madonna decidió protagonizar uno de los giros de guion más comentados de su biografía sentimental: se casaba con Guy Ritchie, cineasta británico, amante del pub, del boxeo y de los tipos duros con acento de barrio. Han pasado ya veinticinco años de aquella boda, y vista con perspectiva, sigue siendo uno de los capítulos más fascinantes —y desconcertantes— del siempre imprevisible universo Madonna.
Musicalmente, Madonna llegaba a ese cambio de siglo en uno de sus momentos más sólidos y respetados. Ray of light (1998) había supuesto una reinvención elegante, electrónica y espiritual que la reconcilió con la crítica y la colocó, una vez más, varios pasos por delante del pop mainstream. A ese éxito se sumó Music (2000), publicado apenas unos meses antes de la boda, con el que demostró que también podía dominar la pista de baile del nuevo milenio sin despeinarse. Era una Madonna madura, madre reciente —había tenido a Rocco en agosto de ese mismo año—, poderosa, multimillonaria y, aparentemente, instalada en una serenidad inédita.
Y ahí es donde aparece Guy Ritchie, el elemento discordante. Hasta entonces, la galería de hombres que habían orbitado alrededor de Madonna respondía a un patrón bastante reconocible: bailarines, modelos, artistas latinos, cuerpos cincelados y una energía marcadamente sensual. Desde Carlos León, padre de su hija Lourdes, hasta romances más o menos públicos con figuras del baile o la música, Madonna parecía sentirse cómoda en un territorio donde el ritmo, la piel y el calor eran protagonistas. Ritchie, en cambio, era otra cosa: inglés hasta la médula, más cercano a la pinta de cerveza que al zumo detox, y con una masculinidad tan británica que parecía sacada de un manual no oficial de testosterona isleña.
LOS40 Classic
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La boda fue tan extravagante como cabía esperar. Se celebró en el castillo de Skibo, en Escocia, una elección que ya marcaba el tono: aristocracia, niebla, kilts y cierta teatralidad ancestral. Entre los invitados figuraban nombres como Sting, Gwyneth Paltrow, Donatella Versace o Rupert Everett, una mezcla improbable de jet set internacional, moda, cine y rock sofisticado. Madonna lució un vestido diseñado por Stella McCartney —hija de Paul, por si faltaba pedigrí—, mientras Ritchie optó por un kilt tradicional. Aquello no fue solo una boda: fue una declaración de intenciones, un “ahora soy otra persona” envuelto en tartán.
Durante un tiempo, Madonna pareció tomarse muy en serio su papel de esposa británica. Se mudó al Reino Unido, adoptó el acento —o al menos lo intentó—, se aficionó a la vida campestre y hasta suavizó su discurso público. Musicalmente, ese periodo dejó huella: American life (2003) reflejaba una Madonna más política, más austera, menos hedonista, un disco marcado por la introspección y por una estética casi marcial que muchos interpretaron como influencia directa de Ritchie. No fue su álbum más popular, pero sí uno de los más reveladores.
El problema, claro, es que Madonna nunca ha sido una persona diseñada para la contención prolongada. Y Guy Ritchie, por su parte, tampoco parecía cómodo viviendo a la sombra de una superestrella global cuya fama eclipsaba cualquier alfombra roja que pisara. Las tensiones fueron acumulándose: diferencias de carácter, de estilo de vida, de egos y, probablemente, de expectativas. Ella seguía siendo Madonna; él, pese al éxito, seguía siendo “el marido de Madonna” para buena parte del mundo.
El desenlace llegó en 2008. Tras ocho años de relación —siete de matrimonio—, la pareja anunció su divorcio, oficialmente cerrado ese mismo año. La separación fue costosa, tanto en lo emocional como en lo económico: se habló de un acuerdo millonario que incluía propiedades en el Reino Unido y compensaciones difíciles de cuantificar con exactitud. Madonna, fiel a su estilo, pasó página rápido; Ritchie, también, aunque con menos foco mediático.
El episodio se recuerda como una rareza deliciosa dentro del archivo sentimental de Madonna: el momento en que la reina del pop intentó ser lady inglesa y terminó demostrando que, por muy lejos que viaje, siempre acaba regresando a sí misma. Porque si algo dejó claro su matrimonio con Guy Ritchie es que Madonna puede adaptarse a casi todo excepto a dejar de ser Madonna.
