Donald Trump desprecia nuestro idioma - EDITORIAL DE JUAN LUIS
En la web de la casa Blanca ya nadie podrá leer una sola palabra en español, porque el nuevo jefe así lo ha decidido, tirando de desprecio y de ignorancia. Un desprecio arrojado sobre el 13´3% de la población estadounidense mayor de 5 años que habla español en sus hogares. Allá él, que ignora que hubo quien creó a un ingenioso hidalgo que luchaba contra molinos de viento, que no sabe que “la aurora de Nueva York tiene cuatro columnas de cieno y un huracán de negras palomas que chapotean las aguas podridas”, un desprecio que cae como una losa en los 7´8 millones de americanos que están estudiando en este momento español, porque piensan que la segunda lengua en importancia en su país es digna de ser conocida.
Menosprecia una lengua, no la ignora, porque uno no puede ignorar algo de lo que tiene constancia, o sea que la decisión es mucho más irrespetuosa de lo que podría parecer en un primer momento, así que habría que invertir la frase y decir que menosprecia el español debido a su ignorancia, esa ignorancia que le impedirá por siempre saber que existe una noche en la que el poeta podría haber escrito los versos más tristes, esa ignorancia que no le dejará disfrutar de la belleza que encierran las palabras “amor”, “luz”, “amigo”, “mano”, “ternura”, “alma”, que jamás entenderá cuando alguien le diga “te invito”, “no llores”, “perdón”, “te quiero”, “ayúdame” o “bienvenido”.
Claro, que esa misma ignorancia hará que no se de cuenta si alguien le dice “tonto” o “capullo” o “lerdo” o “ridículo” y eso le evitará disgustos. Esa magna ignorancia que saca a relucir patinada de desprecio cuando ningunea una lengua que parió a Rubén Darío, a Miguel Hernández, a Antonio Machado a Jorge Luis Borges, a Mario Benedetti a Gabriela Mistral, a Rosalía de Castro, a Huidobro, a Juan Rulfo, a Ernesto Sábato, a Ana María Matute, a Carlos Fuentes a Isabel Allende … una lengua que construye, palabra a palabra, un imperio de sentimientos del que se nutren día a día millones de personas que se solicitan, se aman, se odian, se ayudan, se gritan, tiemblan, lloran, ríen, cantan, musitan, se conmueven y se entienden… Pobre del ignorante, en el fondo, que merecería estar condenado a cien años de soledad.
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