Hay un millón de españoles a los que echamos de menos - Editorial de Juan Luis Cano.

Hay un millón de españoles que, aunque lo necesiten, les apetezca o les urja, no podrán abrazar a sus madres, a sus padres, a sus amigos o a sus hermanos o hermanas, porque los tienen a muchos kilómetros de distancia y no podrán llamarles para quedar con ellos a tomar una caña, a visitarles o ir a ver juntos la última de Almodovar o citarse con ellos para llorar en su hombro. Desde hace ocho años a esta parte, por culpa de la crisis, la gran mayoría de ese millón de españoles, optaron por aquella movilidad exterior, que dijo la ministra Báñez, echando mano, una vez más, de un eufemismo que amortiguara la rudeza de una realidad que se le caía encima a su gobierno. Un millón de españoles criados aquí, formados aquí la mayoría de ellos, gente por cuyo aprendizaje nos esforzamos todos, pero que entregarán sus frutos lejos de quien hizo el esfuerzo, de quien cumplió con el estado para dotar a los colegios, a las universidades, a los centros de formación profesional, para que cumplieran su cometido, como un fin digno y honorable, en busca de una garantía de aprendizaje y la consecuente reversión en la propia sociedad que se la brindó. Pero no, muchos de los que forman ese millón se fueron y dejarán el fruto de su capacitación en otros sitios, en aquellos países que les dieron el cobijo que aquí les negamos y muchos otros de ese mismo millón, penarán en empleos diferentes y menos cualificados de lo que merecen, mientras se mustian sus conocimientos, esos que nunca podrán poner en práctica, porque se nos olvidó que de nada le vale al jinete la montura si no le das un caballo para que cabalgue y en España a muchos de los que forman ese puñado de la espantada les dimos carreras y excelencias, pero no les ofrecimos lugar ni opción para demostrarlas. A mí me apena, de verdad, me pone triste, porque conocer otras gentes, otras costumbres, otros horizontes enriquece, pero cuando es la escasez, el apuro y la falta de expectativas lo que te empuja, esa mudanza, se transforma en un trance amargo. Nunca será dinero tirado, por supuesto, porque no se pierde lo que se siembra en terreno fértil, lo triste es que nosotros plantamos la semilla, regamos, quitamos la mala hierba, cuidamos las matas, pero la cosecha se hace en otros campos. Como reza la soleá: Para qué tanto llover, mis ojitos tengo secos, de sembrar y no coger. Hay un millón de españoles a los que echamos de menos. IMAGEN: elpulso.es












