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¿De qué hablamos cuando hablamos del uso de los móviles en conciertos?
Ahora que presenciamos de una manera diferente un directo, la experiencia colectiva de la música en vivo también ha cambiado
Toca Anni B Sweet en acústico en la Sala Moby Dick y el espacio parece otro cuando suena El Tiempo. Emergen entre el público varios móviles preparados para grabar en vertical stories en Instagram. Es un concierto “privado” (organizado por una marca) pero los ecos de sirena de la cantante, la percusión de Julia Martín-Maestro y el teclado de Víctor Cabezuelo, de Rufus T. Firefly, ya viajan virtualmente transformando el espacio-tiempo de esa psicodelia que, en vivo, sólo presencian unos pocos afortunados. Sola con la Luna hace que una chica vuelva al formato horizontal de grabación, pero para enviarle un vídeo a alguien por WhatsApp.
Son gestos a los que ya estamos acostumbrados (o en proceso de). Un nuevo hábito social que genera un profundo debate y una nueva connotación de lo que es vivir colectivamente música en vivo. ¿Están las redes sociales ampliando el alcance de los conciertos y compartiendo la experiencia de un directo de forma diferente? Si le preguntamos a una melómana como Marta Rodríguez, que intenta al menos una vez al mes disfrutar de música en directo, sí ha cambiado un poco el concepto de experiencia colectiva en torno, sobre todo, a los festivales. “Ahora que podemos inmortalizarlo todo en nuestros dispositivos, igual puede haber gente que, si no ve fotos, se sienten como si no hubieran estado allí. Las experiencias de los festivales sí que creo que beben mucho de las redes sociales”, explica.
Inmortalizar tu tema favorito o el momento cumbre de la puesta en escena de un artista para poder rememorarlo una y otra vez es una de las principales razones que nos hacen alzar el móvil. Pero por encima de eso está el impulso de compartir la experiencia con gente de nuestro entorno que se ha quedado fuera del aforo o no se ha podido permitir el evento. Hacer ver que te acuerdas de esas personas y que querrías que estuvieran allí. “Suelo mandar notas de voz por WhatsApp o Telegram si sé que hay alguna amiga que no ha podido ir al concierto y a la que le gusta alguna canción”, apunta Marta, que defiende que el no renunciar a la experiencia del directo y compartir fragmentos en redes sociales es compatible siempre y cuando se tenga en cuenta que hay más gente a nuestro alrededor.
Un nuevo hábito social que genera un profundo debate y una nueva connotación de lo que es vivir colectivamente música en vivo
La cantante Bely Basarte, que compartía el otro día en su Instagram un par de stories de La Pegatina en directo, también apuesta por el carácter puntual a la hora de grabar canciones en conciertos. “Alguna vez me he cruzado con stories de conciertos a los que no he podido asistir y aunque me puede hacer ilusión, me deja un sabor agridulce porque sé que no hay comparación con vivirlo en directo”, comenta la artista en respuesta a la pregunta de si disfruta del contenido que se cuelga en Instagram de actuaciones musicales. Por su parte, Ana Medina, responsable de las redes sociales del Sonorama Ribera, melómana incombustible y experta en estrategias de comunicación para el lanzamiento de discos y giras de artistas, cuenta que hace poco disfrutó mucho con los vídeos que subió un usuario desde un concierto de los Backstreet Boys en Londres. “Fueron muchos y los vi encantada de la vida porque la calidad era buena”, destaca, ya que en su opinión esta práctica puede ser un arma de doble filo y no transmitir fielmente el sonido en directo.
El valor social del directo en redes sociales
Ambas coinciden en que reproducir una imagen vívida de un concierto en la pantalla es un reflejo lejano de la experiencia presencial frente a un escenario, una pequeña parte de la magia. No obstante, hay excepciones en las que se puede conseguir una aproximación a dicha magia, sostiene Medina: “Por ejemplo, desde las redes sociales de Sonorama Ribera, me gusta hacer directos en el momento en el que va a haber una sorpresa en un concierto, especialmente en la Plaza del Trigo, y me alegra ver comentarios de la gente que desde sus casas ve esos directos y dice: “Ojalá estar allí” o “El año que viene no falto”. A pesar de que la calidad no es buena porque es el sonido e imagen de un móvil, sí que se transmite la esencia, el ambiente y la magia del momento”.
En ese sentido, los vídeos caseros que fluctúan por redes sociales pueden ser más efectivos que un Periscope de mejor calidad realizado por la organización del evento. “Si son grupos emergentes y no los conoce mucha gente, subo una story a Instagram y menciono al grupo, porque pienso que a mis seguidores les puede interesar conocerlos”, argumenta Marta. “La mayoría de las stories las paso por encima, pero si veo que hay una actuación o alguien tocando algún instrumento, me paro a verla. Me gusta ver qué escucha la gente y a qué conciertos van. Incluso qué oferta cultural hay en su ciudad, si mucha o poca, por pura curiosidad melómana”.
Ana Palaniuk, comunicadora audiovisual, cuenta a LOS40 que la música en directo forma parte de su vida de una manera especial y también utiliza sus redes sociales para dar a conocer bandas que buscan su hueco en la industria musical. “Es una manera de expandir la onda que generan, de hacer que lleguen a más gente, de acercarte más a un grupo y saber qué te espera en su espectáculo”, opina. “Justo la semana pasada estuve en un concierto y pasé más tiempo maravillada grabando a los asistentes y sus pantallas que al grupo en sí”.
“Si se gestiona de una manera positiva, puede ser algo realmente útil”, comenta al respecto de la función y el valor social que puede cumplir el grabar con el móvil en un concierto. “La experiencia que vivimos como público es totalmente subjetiva, personal e intransferible. Me apena el prejuicio de que en un concierto debas seguir determinadas normas sociales para el ‘disfrute real’. Que una persona esté grabando, ¡incluso todo el concierto!, no significa que no lo esté disfrutando, que sea menos bello para ella que para aquel que tiene al lado y está bailando o con los ojos cerrados. Nosotros mismos sabemos lo que sentimos y por qué estamos ahí. Obviamente, desde que las redes sociales y los móviles forman parte de nuestra vida como una extensión de nuestro cuerpo, la experiencia es distinta a la que podían vivir nuestros padres en su adolescencia. Pero no creo que sea un cambio a peor, ya que el hecho de poder compartir lo que estás viviendo permite que seamos lo más parecido a una cultura global, donde nos sentimos más cerca los unos de los otros”.
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