Grímur Hákonarson: “La cultura cinematográfica está en guerra”
El director de cine estrena este viernes la película 'Oro Blanco', una historia feminista sobre la lucha de clases en la Islandia rural
Grímur Hákonarson es un hombre sin complejos. Él se define a sí mismo como un socialista y un artista comprometido que se encarga de dar visibilidad a quienes han quedado relegados a un segundo plano en una sociedad con una fuerte brecha social. "El arte sin connotaciones políticas no me interesa", confiesa.
Oro Blanco es, precisamente, un drama con pinceladas de suspense y comedia negra que sirve como metáfora a pequeña escala de la lucha de clases universal. Y de cómo el feminismo, representado en esa fría, austera y cabezota protagonista de valores inquebrantables, es una avalancha imparable (puedes leer nuestra crítica completa de la película aquí).
¿Cuál dirías que es el mensaje esencial de la película, aquello que tratabas de transmitir?
Hace tiempo que vi la película porque he estado trabajando en otros proyectos, pero te diría que el mensaje principal está relacionado con el empoderamiento femenino del personaje protagonista. Habla de la autosuperación de una mujer que se encuentra sola ante el peligro, luchando contra la opresión, viviendo la vida a través de sus propias normas, peleando contra la explotación y una sociedad masculina.
Inga es una mujer muy determinada que utiliza los obstáculos para crecer. ¿Dirías que Oro Blanco es una película feminista?
Yo diría que la película tiene dos capas: una está representada en la lucha económica contra la cooperativa, que es como una pugna de clases, y después está esa otra capa de autodescubrimiento y de lucha contra la una sociedad masculina y conservadora que la oprime, donde se encuentra la capa feminista.
¿Hay alguna historia concreta que te haya inspirado para escribir estos personajes?
La sociedad en la que se desarrolla la película representa la historia real de los pueblecitos de Islandia. El tema de la cooperativa es completamente cierto. Y después el personaje de Inga está inspirado en diferentes mujeres que conozco y que viven en el campo en sociedades muy recluidas. Porque en la Islandia rural hay mucho más conservadurismo que en Reikiavik. Son mujeres que luchan y se rebelan contra algo. Una de ellas se rebela contra las cooperativas; otra es una feminista que lucha contra el patriarcado. También se inspira en el hecho de que las mujeres tienen cada vez más voz en las nuevas sociedades a pesar de que muchas continúan dirigidas o influenciadas por esquemas patriarcales. Ellas han tratado de dar un vuelco al sistema establecido y ahora se hacen cargo de las granjas; tienen cada vez más poder. Y es un avance en un terreno como el campo, que es más nacionalista y conservador.
Supongo que eso es algo universal...
(Risas) Sí, efectivamente. Y en este caso hay mucha más homofobia y racismo que en otros lados.
Cuando vemos Oro Blanco vemos dos mundos diferenciados. Ese mundo libre y empoderado que anhela la protagonista, y ese otro universo que representa la cooperativa: lo peor del capitalismo, la tecnología y la burocracia. ¿Crees que son irreconciliables o que se puede crear un equilibrio entre ambos?
Mi conclusión, o mejor dicho, lo que creo que es la solución a este problema concreto del capitalismo moderno, es que se debe crear una nueva organización que nazca de cero, que venga de la nada, hecha por la gente, donde las personas sean la raíces. En Oro Blanco lo representa la cooperativa lechera [organización creada por los granjeros].
Otras películas tuyas, como Rams, el valle de los carneros, utilizan el paisaje como si fuese un personaje más. ¿Qué significa para ti?
En Islandia tenemos estos paisajes hermosos en todos lados, así que técnicamente forman parte del territorio. Cuando preparo mis historias y escribo mis personajes no reparo demasiado en ello. Miras el paisaje y no hay árboles; te encuentras con una gran amplitud en el horizonte y eso le da una gran profundidad tanto a la película como a los personajes. A veces uso las montañas para crear esa sensación de aislamiento y soledad que sienten los protagonistas, quienes muchas veces están estancados en un punto de su vida, pero no es algo en lo que piense demasiado.
¿Has pensado alguna vez en hacer cine fuera de Islandia?
Pues justo ahora mismo estoy preparando una película en inglés y un guion que se desarrolla en Estados Unidos. Pero, por ejemplo, nunca se me ha ocurrido ir a Hollywood o algo así (risas). Seguiré rodando en Islandia, aunque el problema es que tenemos una industria pequeña, así que no es descabellado tratar de salir fuera a hacer películas.
¿Qué es lo que te mueve a hacer películas?
Contar historias que nadie más está contando, que tengan un valor. Tener algo que decir pero que nadie se atreve o quiere contar. Por ejemplo, tanto Oro Blanco como Rams son historias sobre el campo de las que nadie más habla. Muchos contextualizan sus historias en pueblos, pero las mías tratan hablan sobre la vida de los granjeros. Creo que sirven para preservar y visibilizar una forma de vivir.
¿Crees que el cine es un arma para cambiar la sociedad?
Sí, creo que sí. Soy un socialista, una persona política, hago documentales que están políticamente comprometidos y algunos de ellos han tenido cierto impacto e influencia. Oro Blanco montó un poco de revuelo en Islandia tras despertar debate sobre el tema de las cooperativas. La gente se acercó para decirme: “Lo has hecho bien, tío” (risas). No hago cine para contar historias de crímenes superficiales o firmar productos comerciales.
Entonces consideras que el cine debe ser político...
El arte no tiene por qué ser político, pero a mí me interesa hacerlo de esa manera. El arte sin connotaciones políticas no me interesa.
¿Hay algún tipo de artista, director, músico o escritor que te haya inspirado especialmente?
Ken Loach y su visión tan personal y comprometida de hacer cine. Aunque también me encanta Paul Thomas Anderson. Y Lars von Trier, un hombre que no tiene miedo de hacer lo que quiera. Es un tipo... genuino.
Vemos los hábitos de consumo modernos, donde prioriza el espectáculo sobre la calidad, o el auge de las plataformas de cine, que fomentan superproducciones en masa. ¿Crees que es un buen momento para el cine independiente?
La crisis que estamos viviendo me da un poco de miedo. La cultura cinematográfica está en guerra, especialmente después del coronavirus. El cine necesita encontrar nuevas plataformas y vías de distribución. Debería haber un Netflix para películas independientes o solo para cine europeo. Estamos inmersos en un modelo de distribución anticuado que se dedica a distribuir películas al uso, y eso está prácticamente obsoleto.