Especial
‘West Side Story’: masculinidad tóxica, racismo y tragedia en el Spielberg más shakespeariano
Repasamos uno de los títulos musicales más importantes del año
Me recordaba Rachel Zegler en esta entrevista que por las arterias de West Side Story corrían los fantasmas trágicos de Romeo y Julieta. Steven Spielberg apuesta por reinterpretar el clásico que escribió para las tablas Arthur Laurents en vez de inspirarse en el musical de Norman Jewison y Jerome Robbins, por lo que describe con tono sombrío, que tiene más del fatalismo de Eurípides que del brilli brilli de La La Land o de la soñadora En un barrio de Nueva York, el ambiente asfixiante de la Manahattan de mediados de siglo. Es, cuanto menos, un musical atípico.
Cierto que Spielberg toma prestados (imposible no hacerlo) algunos elementos temáticos y narrativos de la película de 1961, y hasta incluye 60 años después a la veterana Rita Moreno, estrella de la versión de Robins y Jewison, en claro homenaje a su predecesora, pero su visión hinca el diente en el libreto que Laurents preparó para Broadway. Por eso el estilo es mucho más fresco y original, especialmente en la sobriedad de su mensaje y en el retrato casi explícito de una violencia incómoda que a veces roza lo salvaje.
La West Side Story de Spielberg nos cuenta una historia de amor imposible, pero no por una compleja y ñoña historia de incomunicación, sino por la dificultad que le supone a dos personas sortear las barreras del odio racial y la pobreza económica. Ambos pertenecen a culturas muy distintas: él, blanco y heredero de la tradición irlandesa; ella, miembro de una comunidad puertorriqueña con una fuerte arraigambre en las costumbres. Las dos, por cierto, imbuidas de una insoportable masculinidad tóxica que mueve a las mujeres a actuar de forma independiente y a rebelarse contra algunos postulados anacrónicos. Si su amor es imposible es porque la cárcel cultural e ideológica que los rodea así lo dictamina.
Una de las cosas que más sorprende en West Side Story es cómo Spielberg retrata el odio. Ambos bandos, los yankees que se creen mejores por su color de piel y los latinos que odian a muerte a sus rivales por no aceptar sus tradiciones, se profesan un rencor y un asco que roza cotas insoportables y que estallan en un sangrientos festines de apuñalamientos y tiros. El diálogo es imposible cuando todos llevan puesta la venda del racismo, y aún quienes quieren escapar de esa vorágine fatalista se ven atraídos hacia el lado oscuro, tal es la fuerza centrifugadora del odio. Spielberg huye de los convencionalismos y la corrección política y retrata en todo su realismo los conflictos raciales de una sociedad empobrecida y excluida a la que un sistema claramente individualista prefiere tener enfrentada para así poder controlarla mejor.
Especialmente aterradora es la secuencia en la que un grupo de hombres despechados acorralan a una de las protagonistas puertorriqueñas para violarla en una tienda. Ni siquiera sus amigas americanas, que también odian a la comunidad latina, son capaces de soportar un comportamiento primitivo y animal y se rebelan contra unos hombres que son capaces de llevar su odio hasta límites diabólicos. Spielberg retrata de forma muy inteligente cómo el racismo, el machismo y la intolerancia nos transforman en auténticos salvajes. Y ni el amor, única esperanza para trascender el odio, es capaz de evitar ser asfixiado por la injusticia. West Side Story es una tragedia griega en toda regla. Quizás por eso ha sido un fracaso de taquilla.