Islas de calor: cuando el mercurio se dispara

Así funciona uno de los fenómenos urbanos que hacen que la temperatura se vuelva insoportable.

Un perro se refresca en una fuente pública. / Getty Images

España vive este verano una de las olas de calor más persistentes y asfixiantes que se recuerdan. Una situación que ha llegado a disparar los termómetros hasta los 44 grados en la mayor parte del país, y sobre la que los expertos advierten: más vale irse acostumbrando. La evolución del cambio climático provocará que los veranos sean cada vez más tórridos.

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Más allá de que las consecuencias de las temperaturas extremas las sufrimos todos los ciudadanos –y especialmente los más vulnerables– son aquellas personas que viven en grandes ciudades las que a menudo se enfrentan a un fenómeno del que cada vez se habla más: las islas de calor. Pero, ¿qué son exactamente, por qué se producen y cómo podemos evitarlas?

Mares de asfalto

A grandes rasgos, las islas de calor se explican de manera sencilla: la masiva presencia de hormigón en las calles de las grandes ciudades contribuye a que la temperatura se dispare. El motivo hay que buscarlo en la capacidad de este material de absorber el calor durante los episodios más extremos del verano. Especialmente al caer la noche, cuando liberan el calor acumulado durante el día, contribuyendo a que el descanso sea una misión imposible.

A eso hay que sumarle varios elementos igualmente esenciales que añaden grados a la temperatura urbana: el tráfico motorizado y los sistemas de aire acondicionado, que expulsan el aire caliente del interior de los edificios. Todos hemos pasado alguna vez junto a uno de estos aparatos, recibiendo un chorro de aire caliente que, en esta época del año, no es precisamente lo que pide el cuerpo.

Todo esto puede llegar a provocar que, durante el día, en el centro de las ciudades los termómetros puedan superar hasta en tres grados la temperatura frente a la que se da en la periferia. Al caer el sol la cosa se vuelve aún peor, y la diferencia puede alcanzar hasta los 10 grados. Es entonces cuando los que viven en pleno meollo urbano envidian a quienes tienen su casa en las afueras.

Las consecuencias de las islas de calor son evidentes: suponen un importante impacto para la salud de los ciudadanos, multiplicando la posibilidad de sufrir golpes de calor o deshidratación. Empeoran considerablemente la calidad del aire. E incrementan el gasto energético, dado que disparan la demanda de aire acondicionado.

Pero las islas de calor también suponen una grave pérdida económica. Un estudio reciente publicado por la editorial científica IOP Publishing asegura que los efectos asociados al calentamiento por las islas de calor urbanas podrían duplicar las pérdidas económicas previstas por el cambio climático.

La solución verde

La buena noticia es que existe un arma poderosa contra las islas de calor. De hecho, fue inventada hace mucho, mucho tiempo: la vegetación. Por un lado, ésta proporciona una valiosa sombra por la que caminar, lo que reduce considerablemente los rigores del sol. Por otro, la evaporación del agua de las plantas provoca un descenso de las temperaturas que proporciona un importante alivio. Cuantos más árboles tengamos en nuestras calles, cuantos más parques y jardines, más llevaderos serán los meses más calurosos del año.

Hay más: la movilidad sostenible juega un papel crucial a la hora de combatir este fenómeno: usar el transporte público o la bicicleta es siempre una buena idea. Al mismo tiempo, apostar por las energías renovables y por la conocida como arquitectura bioclimática de cara a crear edificios más eficientes ha de ser una prioridad para las distintas administraciones públicas.