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Día Mundial del Chocolate: un manjar con un lado oscuro
Lo reconocemos: nos encanta el chocolate. Y aunque hoy es un día para celebrarlo (y saborearlo) también es importante conocer el reverso que esconde buena parte del que llega a los supermercados y a nuestra mesa.
Es una de esas afirmaciones que se pueden hacer sin temor a equivocarse: a todo el mundo le gusta el chocolate. Un auténtico manjar que se puede consumir en mil y un formatos, y que desde 1995 cuenta, como casi todo, con un Día Mundial: el 13 de septiembre.
Fue Francia, uno de los países en los que el chocolate es una auténtica religión, el lugar en el que nació esta festividad. ¿El motivo? Rendir homenaje al escritor Roald Dahl, autor del célebre libro ‘Charlie y la Fábrica de Chocolate’, que Tim Burton llevó al cine con Johnny Depp como protagonista. Pero hay otra razón: fue precisamente un 13 de septiembre, pero de 1957, cuando nació Milton Hershey, fundador y dueño de una de las empresas chocolateras más grandes del mundo, The Hershey Chocolate Company. A su vez, y al igual que ocurre con otros Días Mundiales, hay quien traslada esta celebración al 7 de julio, cuando se conmemora la llegada del cacao desde América a Europa en 1550 por parte del conquistador Hernán Cortés.
Sea como fuere, hablamos de un alimento muy presente en nuestro día a día. En Europa se consumen cada año unas tres millones de toneladas de chocolate. Y aunque España es uno de los países del mundo en los que más comemos, el ranking lo lideran, por este orden, Alemania, Reino Unido, Brasil, Suecia y Suiza.
Un origen lejano
Lo cierto es que el chocolate tiene su origen a muchos kilómetros de los países en los que consume masivamente. Costa de Marfil, Ghana, Indonesia y Nigeria producen más del 70% del cacao a nivel mundial. Y pese a que se trata de un lucrativo negocio que mueve en torno a 90.000 millones de euros anuales, los productores locales apenas se quedan con el 4% de los beneficios.
He aquí uno de los secretos mejor guardados por la industria chocolatera: producir el cacao es extremadamente laborioso, y pasa por un proceso manual que no siempre se realiza en las mejores condiciones laborales. Los granos de cacao se encuentran dentro de las mazorcas, por lo que hay que extraerlos manualmente con la ayuda de un machete. Después se someten a un proceso de fermentación y secado y, finalmente, se muelen para dar como resultado el cacao en polvo o la manteca de cacao, base del chocolate. Una realidad que se ha plasmado en documentales como ‘El lado oscuro del chocolate’.
Todo este proceso está en manos de unas pocas multinacionales, lo que se traduce en un beneficio muy desigual para los distintos actores responsables de que el chocolate llegue a nuestros supermercados. De hecho, organizaciones como Oxfam Intermón llegaron a poner cifras a ese desequilibrio: del precio total que pagamos por él, el 43% se lo lleva el supermercado, mientras que el agricultor apenas ve el 3%. El resto se reparten en partidas como transporte, marketing o diversos costes de producción.
Juanjo Martínez, responsable de comercio justo de Oxfam Intermón, enumera los principales problemas sociales y laborales que provoca el cacao. “Destacaría dos, que en el fondo están vinculados: la explotación infantil y los bajos precios”, explica en una entrevista con El Eco de Los40.
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“La explotación laboral infantil, una lacra impropia del siglo XXI, se da en múltiples actividades en el mundo, como la construcción, la minería, la industria textil o incluso en la prostitución. Pero seguramente la actividad que más explotación infantil provoca es la agricultura y la ganadería.. En Ghana y Costa de Marfil –dos países africanos que concentran dos terceras partes de la producción de cacao en el mundo– se estima que hay más de un millón y medio de niños y niñas en situación de explotación en el cultivo del cacao y, además, alrededor de cien mil en situación de esclavitud, especialmente en Costa de Marfil con niños y niñas provenientes de países vecinos como Burkina Faso”, cuenta.
“Si el trabajo en el campo estuviera retribuido dignamente, seguramente no habría mano de obra infantil porque sería una actividad demandada por los adultos”, reflexiona el portavoz de Oxfam Intermón. “Volviendo al contexto de Ghana y Costa de Marfil, los campesinos están ingresando una cantidad mínima que muchos estudios sitúan en torno al 5% del precio finalmente pagado por quienes consumen el chocolate, pero que mucho nos tememos que eso es una estimación más que optimista. A finales de 2019, ambos gobiernos acordaron un precio mínimo para la exportación del cacao –del orden de un 25% superior al que se estaba pagando– y se comprometieron a no vender a nadie por debajo del mismo. Aunque la medida resultó positiva, la crisis de demanda provocada por el Covid-19 ha devuelto la situación al punto de partida”, lamenta.
En busca de un futuro mejor
La solución se antoja compleja. “Por muy poderosos que sean los intermediarios en Costa de Marfil, nada tienen que hacer si grandes corporaciones como Nestlé, Mondelēz, Mars, Lindt o Ferrero, se tomaran completamente en serio que nadie en las cadenas de aprovisionamiento del cacao viera vulnerados sus derechos fundamentales”, apunta Juanjo Martínez.
El mismo país que declaró este 13 de septiembre el Día Mundial del Chocolate, Francia desarrolló una norma para tratar de poner coto a esta situación. “La ley obligaba a cualquier industria con materiales provenientes de países en desarrollo a asegurarse que en su cadena de aprovisionamiento no habría situaciones de abuso de los derechos humanos”, cuenta Juanjo. “Algo similar desarrolló Suiza en 2020. Actualmente, la UE está acabando de adoptar una normativa similar que aplicaría a todas las empresas. En este caso, a los fabricantes de chocolate”.
Al final, el futuro pasa por dos palabras: comercio justo. “Se trata de un sistema que cuenta con normas muy claras, incluyendo un precio mínimo garantizado para los productores capaz de generar ingresos suficientes para la familia, y que está permanentemente auditando tanto a las cooperativas en las que se agrupan los productores, como a los diferentes eslabones de la cadena”, concluye Juanjo. “Este sistema puede asegurarse con sellos como Fairtrade, Fair For Life o Naturland Fair. Con esos distintivos, los consumidores y las consumidoras responsables pueden comprar chocolates con la tranquilidad de que no habrá habido perjuicio para los niños y niñas y sí oportunidades de desarrollo para sus familias”.