El teletrabajo, un arma contra la contaminación
Tras su implantación masiva durante la pandemia, el teletrabajo no ha terminado de implantarse en España. La lucha contra la contaminación es un buen motivo para replanteárselo.
La vida de los españoles cambió el 14 de marzo de 2020. El Gobierno decretó el estado de alarma a causa del coronavirus y la ciudadanía se vio obligada a recluirse en casa. La principal preocupación era la crisis sanitaria, pero la situación de la economía y la organización del trabajo también cobró un protagonismo esencial. Con todo un país sin poder salir, había llegado la hora del teletrabajo.
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De la noche a la mañana, muchos trasladaron la oficina a su casa. Las empresas descubrieron que era posible que los empleados desempeñaran muchas de sus funciones habituales en remoto. Se multiplicó la venta de ordenadores portátiles y aplicaciones como Zoom o Teams se convirtieron en habituales, no sólo para ver a la familia y amigos, sino para organizar reuniones virtuales. Cuando el grueso de la pandemia pasó, el número de trabajadores que realizaban sus labores desde casa se había multiplicado por tres, según el Observatorio Nacional de Tecnología y Sociedad (ONTSI) del Ministerio de Asuntos Económicos y Transformación Digital.
Con la reducción drástica de la movilidad, la contaminación ambiental dio un serio respiro. Los expertos avisaron: de generalizarse el teletrabajo, las emisiones bajarían de manera notable. Un estudio del Instituto de Ciencia y Tecnología Ambientales de la Universidad Autónoma de Barcelona cuantificó ese beneficio: implantar el sistema de teletrabajo dos, tres o cuatro días a la semana permitiría reducir los niveles de dióxido de nitrógeno (NO2) —el principal contaminante relacionado con las emisiones del tráfico— en un 4%, un 8% y un 10%, respectivamente. Otro estudio, publicado por el National Bureau of Economic Research de Cambridge, Massachussets (EEUU) también puso cifras al tiempo que ahorramos en desplazamiento si trabajamos desde casa: de media, 63 minutos al día.
Pero aquel escenario nunca llegó del todo. Una vez superado el pico de casos de coronavirus y a medida que fueron relajándose las restricciones, el teletrabajo también fue cayendo. En 2021 desempeñaron su trabajo desde casa el 17,6% de los ocupados en España (3,3 millones de personas). Un año después, el pasado 2022, ese porcentaje cayó hasta el 14%, según la Encuesta sobre Equipamiento y Uso de Tecnologías de Información y Comunicación (TIC).
La cultura presencialista
¿Qué pasó? Según José Luis Bosch, director del máster de Recursos Humanos de la OBS Business School, “hay dos aspectos a tener en cuenta: uno relacionado con el funcionamiento de las empresas y otro que tiene más que ver con la estructura productiva de España”, explica. “El primero tiene que ver con la cultura de la presencialidad: a los empresarios les gusta que estemos en la oficina. Ese presencialismo tiene que ver con la cultura del liderazgo, del ordeno y mando. En mi opinión, el origen de esa manera de pensar es la mili. El servicio militar y su manera de funcionar fueron una parte esencial de la formación de los que hoy son directivos de 50 o 60 años”.
El otro elemento a tener en cuenta es, para Bosch, el modelo económico de España. “Este es un país de servicios. Hay muchos trabajos que, por su naturaleza, no se pueden desempeñar desde casa. Por eso una vez pasó la pandemia se fueron reincorporando a su puesto muchos empleados para los que el teletrabajo no es un modelo viable”, explica. “España ha heredado una manera muy familiar de entender el mundo de la empresa, muy lejos de las corporaciones de otros países en los que los propietarios y los CEO van a por el puro beneficio. Aquí el jefe va todavía a revisar las instalaciones, a que les adulen sus empleados o a hacer cosas que deberían hacer los subordinados. Esto en otros países ha pasado a la historia”.
Dicho lo cual, ¿el teletrabajo terminará por imponerse? “Creo que algunas cosas terminarán por llegar, pero para ello es importante que se implanten, por ejemplo, en la administración pública”, opina Bosch. “El caso de Portugal es paradigmático: los funcionarios van a empezar a hacer jornadas de 32 horas semanales con mucho más teletrabajo. Para que eso pase en España ha de cambiar el modelo productivo y de ciudad: hemos de ir hacia una vida más local, algo que funciona bien si el sistema público funciona bien”, apunta Bosch. “Ahí entra en juego las escuelas y la sanidad: no en todos los pueblos ni barrios hay buenas escuelas y buenos hospitales. Eso supone más desplazamientos y, al mismo tiempo, genera desigualdades".
Con todo, el futuro puede estar en el teletrabajo. "Las start-ups están apostando claramente por él. Creo que caminamos poco a poco hacia un modelo híbrido que para mí es el ideal: combinar la oficina con el trabajo desde casa. Es cierto que hemos dejado pasar una oportunidad, pero aún estamos a tiempo”, concluye.