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Los incendios de sexta generación: una amenaza muy real
Más de media España está en riesgo “extremo” o “muy alto” de incendios forestales. A la sequía se une un nuevo problema: el comportamiento del fuego está cambiando.
Adivinar el futuro es imposible. Y sin embargo, vaticinar que los incendios forestales van a abrir los telediarios durante los próximos meses parece más que plausible: casi seguro. Así lo refleja lo que hemos vivido en los primeros cuatro meses de 2023, cuando se han declarado varios fuegos de grandes dimensiones.
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Varios de esos incendios, como el declarado el pasado 23 de marzo en la localidad castellonense de Villanueva de Viver, formaban parte de lo que se conoce como incendios de sexta generación. Un término que vamos a escuchar mucho de ahora en adelante.
Pero, ¿qué son exactamente? ¿Cuáles son las circunstancias que convierten un fuego en un incendio de sexta generación? ¿Por qué son tan peligrosos?
Los incendios de sexta generación son fuegos especialmente agresivos. En ellos, las llamas pueden superar la velocidad de 6 km/h, lo que supone entre seis y doce veces la de un incendio al uso. Son especialmente devastadores, ya que son muy difíciles de controlar, y pueden llegar a consumir 10.000 hectáreas o más en tan solo una hora. Su evolución es difícilmente predecible.
El infierno en la tierra
Más allá de la velocidad de propagación, lo que define un fuego como un incendio de sexta generación es una característica muy concreta: la capacidad de generar su propia meteorología. Es decir: su intensidad es tan extrema que pueden provocar tormentas de fuego. La explicación está en la energía que se libera en ellos, que se traduce en columnas ascendentes que dan lugar a pirocúmulos, nubes con forma de seta que generan un clima específico sobre la superficie del incendio. Un auténtico infierno.
El fuego no siempre se comportó así. El primer incendio considerado de sexta generación en la Península tuvo lugar en Portugal en 2017, acabó con la vida de 64 personas y calcinó medio millón de hectáreas. En 2019, tuvimos incendios de estas características en Ávila, Tarragona y Canarias, mientras que en 2021 se produjo el de Sierra Bermeja (Málaga).
Tras la voracidad de estos episodios está, también, el cambio climático. Pero no porque éste los provoque de manera directa, sino porque los agrava considerablemente. La ausencia de lluvias provoca que la tierra esté más seca que nunca, lo que convierte el monte en un voraz combustible para las llamas. A ello se le unen las altas temperaturas, caldo de cultivo idóneo para la propagación del fuego. Por último, otros fenómenos como la despoblación no ayudan a mantener limpio el monte ni a la rápida detección del fuego, lo que hace que se propague de manera incontrolada.