Treinta años sin Lola Flores, la folclórica de fuego que grabó el primer rap en España
Y en 1980 publicó un disco de pop, ‘Diferente Lola’, con temas de Herrero y Armenteros
Lola Flores falleció el 16 de mayo de 1995. / Quim Llenas
Puede que los lectores más jóvenes lo ignoren, pero Lola Flores fue uno de los personajes más famosos en España en el siglo XX. Cantante, bailaora y actriz —aunque según el rumor, nunca confirmado, The New York Times decretó sobre ella: “Ni canta, ni baila, pero vayan a verla”—, hacía sombra a cualquier otra celebrity de nuestro país con su arte volcánico y su ácida locuacidad. Su fallecimiento, el 16 de mayo de 1995, a los 72 años, sumió al país en profunda tristeza, pues casi todo el mundo la quería gracias a su don para alegrar la vida a la gente. En un terrible giro del destino, su muerte provocó acto seguido (solo dos semanas después) la de su hijo, el rockero Antonio Flores, quien no pudo soportar la pérdida. Lola era mucha Lola.
Cabe situar a la artista en el cajón de las folclóricas que, envueltas en trajes de cola, en las décadas centrales del siglo pasado popularizaron la copla y variantes más ligeras y festivas del flamenco. Completaban el séquito, entre otras, Concha Piquer, Juanita Reina, Estrellita Castro, e incluso Rocío Jurado, quien, sin embargo, supo labrarse un sólido prestigio como cantante de pop. Las otras lo hacían muy bien, mucho mejor que Lola Flores, pero La Faraona, como la apodaban, era puro fuego, graciosa a más no poder y abierta siempre a probar cosas nuevas en la música.
Hay quien asegura que fue pionera del rap en España. Lo cual es mucho decir, pero hilando fino la afirmación podría dar lugar a un interesante debate. En 1972, Lola cantó Cómo me las maravillaría yo, incluida en la banda sonora de la película Casa flora (Tito Fernández). El tema, que tenía visos de rumba pop, incluía varias estrofas habladas, todas a base de complicados trabalenguas como: “En tres platos de trigo comían tres tristes tigres”. Era una bufonada, pero en aquellos primeros años setenta se antojaba lo más parecido al rap que habían escuchado los sufridos oídos hispanos (habría que dilucidar si el rap se había inventado en 1972).
La conexión de Lola Flores con la música juvenil no termina ahí. Sus tres hijos le salieron artistas y se introdujeron en el terreno del pop o del rock. Aunque ahora es más conocida por su labor como actriz, Lolita comenzó como cantante: tenía 17 años cuando debutó con el single Amor, amor (1975), una balada romántica muy bonita. Antonio Flores, antes mencionado, antepuso su gusto por el rock a sus raíces flamencas, lo que le deparó muchos éxitos a pesar de que parte del público y los medios lo situó en tierra de nadie: demasiado cañí para los rockeros, demasiado rockero para los fanáticos del cante jondo. Tampoco hay que extenderse sobre las bondades de Rosario, quien heredó la fuerza telúrica de su madre sobre los escenarios. (Por cierto, las nietas de Lola, Alba Flores y Elena Furiase, también han destacado en facetas interpretativas.)
Puntualmente grabó Lola Flores canciones cercanas al pop, como Te quiero tanto que…, de 1974, compuesta por Manuel Alejandro (aunque la acercaba a la rumba). Y su disco Diferente Lola (1980) contenía material sobre todo de Pablo Herrero y José Luis Armenteros, expertos hacedores de temas de pop (contenía Te voy a abandonar, casi discotequero). Su esposo, Antonio González, el Pescaílla, eminente guitarrista de rumba (también cantante), es un claro referente para artistas posteriores como Estopa, que incluso le dedicaron la pieza La rumba del Pescaílla (2024).
Los tiempos han cambiado y, por definición, lo que era moderno en el pasado ya no lo es. Pero Lola Flores, a menudo adelantada a su tiempo, fue una superheroína de la música en España a quien, treinta años después de su fallecimiento, nadie que coincidiera con ella en las mismas coordenadas espacio-temporales ha olvidado.
