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Crítica Temporada 7 de 'Élite': Hartazgo, fatiga, desgaste... Y el mismo placer culpable que hará que te la veas en una noche

La serie de Netflix, ¿genialidad, o insulto audiovisual?

Parte del elenco de 'Élite' en una foto de su 7ª Temporada. / Netflix

"Ha llegado a un nivel de pesadez, que no puedo más". Vale, esto lo decía Juan Antonio de MasterChef Junior, pero encaja a la perfección con lo que muchos sienten al ver las continuas temporadas renovadas de Élite. Este 20 de octubre parte con su 7ª temporada, de nuevo demostrando que Las Encinas dejó de ser una serie transversal cuando los primeros actores originales se comenzaron a bajar del barco. Aunque eso ya da absolutamente igual.

Puede que muchos vean diferente esta nueva tanda a sabiendas de que ya es la penúltima —sus creadores confirmaron que la octava servirá de cierre oficial de la serie—, aunque sea difícil para ellos conectar con un fenómeno que mantiene su esencia, pero no su popularidad. La infamia fue superada por el boom que volvió a tener la serie con los fichajes de Manu Ríos, André Lamoglia y Valentina Zenere, en su cuarta y quinta temporada, con tramas —o simplemente el carisma de cada uno— que engancharon de principio a fin.

El thriller no enganchaba tanto como el sexo —a veces mutado muy tiernamente en amor—, por lo que el transcurso de la serie fue cambiando a algo que todos aquellos que querían saber qué pasaba con los personajes de María Pedraza o Itzan Escamilla en los inicios se vieran muy alejados de la serie de la que todo el mundo hablaba. La sexta temporada, de hecho, sí apostaba por la tradicional estructura de flashforwards, pero tenía la osadía de entrar en temas sociales muy delicados.

Élite: Temporada 7 | Tráiler oficial | Netflix

No se equivocaron —de hecho, trataron todo mucho mejor de lo esperado— pero algo fallaba: empezó como toda una declaración de intenciones a posicionarse como una serie que hace las cosas bien, aunque terminó pecando de empeñarse en querer demostrar no querer enseñar nada a nadie. Algo válido, pues en su provocación está su virtud muchas veces, pero reflejando algo insustancial. Es lo mismo que cuando empezaron a tejer su particular Heartstopper patrio entre Manu Ríos y André Lamoglia con mucho acierto en la quinta temporada; pero terminó sucumbido a una bacanal sexual que sentenciaba una relación incapaz de sobrevivir fuera de la narrativa del universo Élite.

En los tres primeros capítulos se puede ver como la ficción vuelve a sus orígenes, o tal vez a tramas que ya hemos visto a lo largo de las temporadas. Algunas acertadas, como las románticas —cuentan una historia muy similar a otra seguida por el público en el pasado, aunque con algo diferente—; y otras más pesadas, como las relacionadas con crímenes. Pero todo tiene un nexo común: no se preocupa de ser lo más evidente posible en sacar a relucir su naturaleza provocativa, exagerada. La fantasía de saber que estás viendo una mamarrachada, y aunque no se lo quieras contar a nadie, la disfrutarás de principio a fin.

Nuevos personajes, nuevo surrealismo

¿Acaso a alguien le preocupa como un nuevo alumno llegue al colegio? Los Deux ex Machina vuelven, pero no importa, porque que haya chico nuevo en la oficina interesa más por lo que haga que por donde venga. En Élite todo es oportuno, nadie sabe ni siquiera cuánto tiempo ha pasado en realidad desde la primera temporada y la última, pero el fin desde luego que justifica los medios en pos del salseo.

Joel, Chloe y Eric entran ejerciendo de ganchos para espectadores rezagados de la mejor manera posible. Uno está en un triángulo amoroso que puede dejarte en vilo hasta el último episodio —quizá con alguna reminiscencia a otros tiempos mejores en Las Encinas—, otra tiene tantos frentes abiertos que tendrás que decidir cuál te gusta más antes de aborrecerlos todos —con una suerte de compañera de escenas como es Maribel Verdú— y el último combina el amor con el retrato de una crítica social no muy acertada —esos puntos anti-sistema no termina de convencer, ya que termina cayendo en una discurso más apegado a una falta de empatía real por la situación que cuenta, quizá con demasiada frialdad—.

Maribel Verdú en 'Élite'.

Maribel Verdú en 'Élite'. / Netflix

Maribel Verdú en 'Élite'.

Maribel Verdú en 'Élite'. / Netflix

La citada Verdú, que ha sido halagada por sus compañeros de reparto por haber entrado a la perfección en el juego de la serie, está espléndida en un papel con posibilidades de ser recordado. Muchos se seguirán preguntando qué hace una actriz de Goya —de dos, para ser exactos— en una serie... ¿adolescente? Pero lo cierto es que se nota que se lo ha pasado muy bien delante y detrás de las cámaras. Peor parada sale Anitta, cuyo papel termina siendo tan necesario como desaprovechado, al menos para los que querían ver al huracán que conocen en los escenarios poniendo patas arriba Las Encinas. Al menos lo hizo entre grabación y grabación.

A través de los capítulos —al menos de los tres primeros, disponibles para la prensa— se confunde lo irreverente con lo irrespetuoso, aunque sigue mimando ciertos detalles. Parece que Carlos Montero y Jaime Vaca siguen cuidando cómo reflejar algunas cosas por mucho que quieran repetir que Élite "no pretende enseñar a nadie", y es algo a agradecer. El hecho de que el personaje de Dídac respete los tiempos de Isadora o cómo una profesora se preocupa por la relación de maltrato de una alumna con tanto tesón consiguen reflejar —quizá de manera indirecta— lo que Élite también podría haber sido: una prueba de que la Generación Z también hace las cosas bien.

Élite siendo Élite

No dista de las anteriores entregas, para lo bueno y para lo malo. Algo que converge siempre, puesto que sus diálogos volverán a ser un tema de conversación que irá desde cómo a alguien le da vergüenza ajena a cómo a otra persona le emociona. También estará el que captará un meme para la posteridad. Aquí se destacan ciertos toques de humor que, aunque cortos, son bastante efectivos.

André Lamoglia y Fernando Líndez en la séptima temporada de 'Élite'.

André Lamoglia y Fernando Líndez en la séptima temporada de 'Élite'. / Netflix

André Lamoglia y Fernando Líndez en la séptima temporada de 'Élite'.

André Lamoglia y Fernando Líndez en la séptima temporada de 'Élite'. / Netflix

¿Es buena, o es mala? Bueno, Élite no se puede medir. ¿Buscas una obra maestra? Quizá no sea lo tuyo. ¿Buscas pegarte a la pantalla durante ocho episodios sin importarte que en tu colegio te regañaran por llevar zapatillas en vez de zapatos y que en éste se pueda ir en sujetador o calzoncillos? Estás en el sitio correcto. Nada es gris, es blanco o negro, porque la vida real empieza cuando Netflix te pregunta si sigues ahí.

Básicamente, porque ninguna crítica cambiará el parecer de nadie. Si ibas a ver Élite verás Élite, y si no, no. La serie ha jugado al juego de los extremos desde sus inicios, y es evidente que para lo que le queda en el convento... Provoca dentro. Porque va de eso, de rotar tramas buscando un diálogo social —quizá un debate acalorado—; de hacer suspirar a muchos por vidas ficticias imposibles de seguir si no sales de un guion; de conquistar a golpe de casas de ensueño y fiestas infinitas. Un quién pudiera que te hace preguntarte: ¿estamos ante una genialidad o ante un producto muy básico? Servidor prefiere decantarse por lo primero mientras espera el estreno de la temporada completa.

La Temporada 7 de Élite se estrena el 20 de octubre en Netflix.

Javier Rodrigo Saavedra

Cine y música. Música y cine. Y más, claro. Me...