¿Qué pasaría si España se quedara sin luz durante una semana, un mes, un año… o diez?
Te invitamos a imaginar qué pasaría en la naturaleza si una situación como la vivida este lunes se prolongase en el tiempo.

Sin luz eléctrica, la ciudad cambiaría en poco tiempo. / Hiroshi Watanabe
Ayer, durante unas angustiosas horas, la península ibérica al completo se quedó sin luz. Un apagón masivo (o cero histórico, según los expertos) que por momentos recordó a los que suceden en las películas distópicas. Y aunque la electricidad fue volviendo paulatinamente al caer la noche, fueron muchos los que reflexionaron sobre la vulnerabilidad de nuestras sociedades modernas y lo mucho que dependemos de la energía eléctrica. Al mismo tiempo, algunos se quedaron dándole vueltas a una pregunta inquietante: ¿qué pasaría si esto no fuera solo un susto o una anécdota? ¿Y si el apagón durase una semana? ¿Un mes? ¿Un año? ¿Diez?
Vale, calma. Esto no es un capítulo de ‘Apagón’, ‘Black Mirror’ o ‘The Last of Us’. De hecho, parece altamente improbable que algo así suceda, y menos aún tras el precedente de este histórico 28 de abril. Pero desde El Eco de LOS40 queremos hacer un experimento mental. Jugar a imaginar lo que pasaría con la naturaleza mientras nosotros buscaríamos velas y Wi-Fi con desesperación. Spoiler: el planeta lo llevaría mucho mejor que nosotros.
Una semana: la fauna respira
Lo primero que notaría el planeta en los primeros siete días de apagón sería el silencio… y el aire más limpio. Al pararse las centrales térmicas, los coches y buena parte de la industria, las emisiones de dióxido de carbono y óxidos de nitrógeno caerían en picado. Lo vimos en 2020 con el confinamiento: según el CSIC, en ciudades como Barcelona los niveles de NO₂ cayeron un 50% en una semana. Imagina eso a escala nacional… o incluso internacional.
En las ciudades, la fauna urbana —esas aves, murciélagos y pequeños mamíferos que se buscan la vida en nuestras junglas de cemento— empezaría poco a poco a recolonizar espacios. Sin luces artificiales que los desorienten ni ruido constante que los espante, volverían a cantar, moverse y cazar a su ritmo natural.

La fauna y la flora reclamarían su espacio progresivamente. / Vizerskaya

La fauna y la flora reclamarían su espacio progresivamente. / Vizerskaya
Un mes: la noche vuelve a ser noche
Si el apagón se alarga, los efectos sobre la biodiversidad se intensifican. La contaminación lumínica desaparecería casi por completo. Y esto, aunque no lo parezca, es un regalo para muchas especies. Según el Instituto de Astrofísica de Andalucía (IAA), la luz artificial altera los ciclos de sueño, alimentación y reproducción de cientos de especies. Con un mes sin farolas ni escaparates iluminados, millones de insectos dejarían de morir chamuscados alrededor de bombillas, y los ritmos circadianos de muchas aves y mamíferos volverían a sincronizarse con el sol. Quizá también los nuestros, como animales que somos. Aunque quizá en ese momento ya estaríamos preocupados por buscar comida.
Además, al reducirse el consumo de agua potable y las aguas residuales, los ríos y acuíferos podrían empezar a recuperar algo de su salud. Los vertidos industriales bajarían, y eso se traduciría en un respiro para los ecosistemas acuáticos.
Un año: el campo se come la ciudad
Aquí ya entraríamos en terreno serio. Un año sin electricidad obligaría a transformar radicalmente nuestra forma de vivir. La agricultura industrial, basada en maquinaria eléctrica y combustibles fósiles, se detendría de golpe. Eso tendría un efecto en cadena: menos monocultivos, menos pesticidas, menos presión sobre suelos y aguas. La naturaleza comenzaría a recolonizar espacios abandonados: solares, carreteras, barrios enteros sin uso.
El concepto de "rewilding" —la renaturalización de espacios, de la que te hemos hablado en El Eco— se produciría por sí solo, sin que ninguna organización tuviera que coordinarlo. Las plantas comenzarían a trepar por los edificios, y los animales regresarían a lugares que un día fueron suyos.
Diez años: la naturaleza se reinicia. Nosotros, no tanto
Una década sin electricidad sería un punto de no retorno… para el ser humano. Para la naturaleza, podría ser un nuevo comienzo. Los ecosistemas más castigados, como el Mar Menor, Doñana o la llamada Amazonía extremeña, podrían comenzar procesos de regeneración natural. Sin presión humana intensiva, sin trasvases, sin pozos ilegales, la naturaleza volvería a brotar en todo su esplendor. Eso sí: sin mantenimiento humano, muchas infraestructuras colapsarían, generando derrames y peligros ambientales a corto plazo. Pero a la larga, el planeta encontraría sus propios equilibrios. Al fin y al cabo, no somos tan necesarios como tendemos a pensar.
Por supuesto, este artículo no es una defensa del colapso. La desaparición de la electricidad sería catastrófica para millones de personas. Sin hospitales, transporte, ni cadenas de frío, lo humano se tambalearía, y el sufrimiento sería generalizado. Pero este ejercicio de periodismo-ficción nos deja una lección clara: la naturaleza no nos necesita. Nos tolera. Y si desaparecemos —o simplemente nos tomamos un descanso—, ella sabrá qué hacer. Más árboles, más ríos limpios, más cielos oscuros donde mirar estrellas.
Quizá no necesitamos un apagón para empezar a pensar en cómo vivir con menos luz… pero con más sentido.