45 años del suicidio de Ian Curtis (Joy Division), el cantante que llevó la tristeza del post punk al extremo

El 18 de mayo de 1980, hace cuarenta y cinco años, Ian Curtis apareció ahorcado en su propia casa; tenía solo 23 años. Aunque no se le considera una de las más grandes estrellas del rock, su suicidio sigue impresionando, tanto por la corta edad a la que lo llevó a cabo como por el hecho de que estaba casado (había contraído matrimonio a los 19) y era padre de una niña (hoy fotógrafa). Pero el funesto suceso impactó, sobre todo, porque muchos veían en él a un verdadero talento: cantante, letrista, poeta, único sobre el escenario (bailaba de forma espasmódica, como imitando los ataques epilépticos que realmente sufría) y fiel encarnación de la filosofía del post punk, que en España se llamó after punk y que fue casi religión para miles de fans entonces conocidos como “siniestros” y, más tarde, “góticos”.

El post punk, como su nombre indica, fue un movimiento que surgió a continuación de la irrupción de la música punk. Partía de las mismas premisas: pocos instrumentos, tocados un poco de aquella manera, y letras cargadas de rabia o pesimismo, que en el post punk evolucionaron hacia lo sombrío y necrológico. Así eran los textos de Curtis, un cerebrito alto y desgarbado que, pese a su excelente expediente académico, cambió un futuro prometedor por un presente centrado en la poesía y las canciones. En 1976 conoció en un concierto de Sex Pistols a Bernard Sumner y Peter Hook, con quienes formó una banda bautizada al principio como Warsaw y, después, Joy Division (“Warsaw” sería luego el título de uno de los temas de Joy Division). Se les unió el batería Stephen Morris.

Solo un álbum publicaron los de Mánchester mientras Curtis vivía: Unknown pleasures. Llegó a las tiendas en junio de 1979 en un sello independiente (Factory Records, filial de la discoteca mancuniana The Factory) y, si bien no fue un éxito, causó sensación entre los verdaderos aficionados a la música por su sonido oscuro y sus letras más oscuras todavía. Contenía temas que contribuyeron a dar forma al post punk, como “Disorder” o “She’s lost control”.

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La fama de sus directos fue incrementándose gracias a la impronta que Curtis dejaba sobre el escenario. Pero llevó mal ese repentino interés del público, y sumido en la depresión que lo acompañaba desde hacía años, fue mostrándose cada vez más esquivo e introvertido; aspectos que aumentaron cuando conoció a una periodista belga llamada Annik Honoré, con quien inició una estrecha relación personal a pesar de estar casado. Esa encrucijada, el debatirse entre Annik, por quien se dejaba influenciar, y el cariño de su esposa, Deborah Woodruff, no ayudaron a que mejorase su estabilidad mental. Combatía su continua desazón con pastillas, cuyo consumo desmedido le deparó alguna sobredosis.

Dos días después de su fallecimiento Joy Division se disponían a realizar su primera gira por Estados Unidos. Habían terminado la grabación de su segundo disco, Closer, y se disponían a lanzar un sencillo, “Love will tear us apart” (“El amor nos desgarrará”), que se convertiría a la postre en la canción más famosa de la banda. Pero la depresión, la intranquilidad sentimental, el exceso de pastillas, la perspectiva del viaje a Estados Unidos y el agobio por el creciente apoyo de fans y medios llevaron a Ian Curtis a tomar la drástica decisión de irse de este mundo.

Lo que pasó después: de “Love will tear us apart”, que hablaba de su relación con Deborah y se publicó en junio, llegaron a venderse 1,2 millones de copias en Reino Unido, lo que le otorgó el reconocimiento de disco de doble platino. El álbum póstumo, Closer, alcanzó el sexto puesto en la lista de los más vendidos en julio. No pasaron seis meses cuando sus compañeros de grupo reaparecieron con otro nombre, New Order, de corte ligeramente más electrónico (suyos son los clásicos “Blue monday” y “Bizarre love triangle”). Sus últimos años inspiraron una película, Control,dirigida por Anton Corbijn en 2007 y triunfadora en el festival de Cannes. La gente no se olvidó de Curtis, quien llevó el doliente mensaje del post punk a sus últimas consecuencias: quitándose la vida.