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El afilador o el barquillero: cuando la ciudad tenía sus propios Dj's

Los oficios callejeros crearon las melodías que dieron ritmo a nuestras calles, hoy, siguen inspirando la música y la memoria colectiva

Fotografía de un afilador. / Umberto Cicconi

La música está en todas partes y se apodera de todo y de todos. No hay manera de no escuchar melodías, ritmos o canciones en cada momento de nuestra vida.

Hace poco estaba quieta en mi calle y escuché una melodía muy reconocible y simple a la vez. Dije en voz alta, muy emocionada: “¡El afilador!”. Me quedé pensando un rato hasta llegar a la pregunta de cómo era posible reconocer una profesión solo con escuchar unas pocas notas juntas. El afilador no es único: muchas profesiones más tienen su melodía característica, esa que reconocemos al instante.

El sonido que decía “ya llegó el oficio”

Durante siglos, muchos trabajos itinerantes usaron la música como señal de identidad. El afilador, por ejemplo, recorría los pueblos con su bicicleta y un pequeño instrumento de viento, una flauta de pan o chifre, que servía de aviso para que todo vecino o vecina que quisiera afilar sus cuchillos bajara con bolsa y tijeras en mano.

Lo mismo pasaba con el organillero, ese DJ mecánico del siglo XIX que giraba la manivela y llenaba las plazas de valses y pasodobles. O con los vendedores de barquillos, que hacían sonar una campanilla metálica imposible de confundir. Cada sonido era la firma de un oficio.

Los últimos barquilleros de Madrid

La ciudad como playlist

Hoy se sabe mucho del paisaje sonoro, pero nuestros abuelos también lo vivieron sin saberlo. Cada barrio tenía su propio itinerario de temazos: el pregón del panadero al amanecer, el chasquido del carbonero al vaciar su saco, el grito melódico de quien vendía “¡aguaaa fresca!” o “¡barquillos!”.

En ciudades como Madrid o Sevilla, esos sonidos eran casi patrimonio: formaban parte del ritmo urbano igual que las campanas o el tranvía. En América Latina todavía sobreviven versiones modernas, como el camión del gas con su jingle repetitivo o el vendedor de tamales con su grabación metálica, herederos directos de aquellas tradiciones.

Melodías que activan la memoria

Escuchar el silbido del afilador hoy provoca algo parecido a un flashback auditivo. Son sonidos que nos devuelven a una época sin prisas, donde el oído era el primer medio de comunicación. Los antropólogos los llaman “paisajes sonoros de la memoria”: pequeños fragmentos musicales que condensan una forma de vivir y de relacionarse.

The Pan Piper - Solea -- Miles Davis & Quincy Jones

No por nada, se dice que músicos como Miles Davis se inspiraron en estas melodías. También se cuenta que, en los años 50, el etnomusicólogo Alan Lomax grabó a un afilador gallego, y que ese sonido, una escala descendente en tonos agudos, inspiró el inicio de The Pan Piper, una de las piezas más evocadoras del jazz moderno.

De los pregones a la mesa de mezclas

Quizás no estamos tan lejos de ellos. Podríamos decir que los pregones callejeros fueron los primeros samples de la historia. Hoy, los jingles publicitarios o las voces electrónicas que anuncian ofertas en el supermercado cumplen el mismo papel.

Cada sonido sigue teniendo su propósito, que no es otro que captar la esencia de la vida misma. La diferencia es que antes bastaba una flauta de hojalata; ahora, las tecnologías se han complicado un poco más.

Hay cosas que reconforta saber que, por mucho que el mundo cambie y los tiempos avancen, nunca desaparecerán del todo. No pondría la mano en el fuego por estos oficios, que han sobrevivido a siglos y a todo tipo de transformaciones, pero puedo decir casi con certeza que los seguiremos oyendo muchos años más. Porque la voluntad y la naturaleza humana son cosas que nunca desaparecen. Y, ¿quién no querría dentro de veinte años que le afilen un cuchillo o comerse un rico barquillo al son de esa divertida melodía que lo acompaña?

Andrea Sanz

Una chica buscando su lugar en el mundo. En este...