Crítica ‘Motomami’: Rosalía emprende su propia Odisea para alcanzar el Olimpo musical

La estrella española hace y deshace los géneros musicales a su antojo para convertirse, ahora sí que sí, en Diosalía

Rosalía en 'Motomami' / Foto promocional cedida por Sony Music

“Solo Dios puede juzgarme, solo a él debo obediencia”. Ya decía Rosalía en A Ningún Hombre, la última canción de El Mal Querer, que ella no rinde cuentas a los mortales. Como los héroes griegos, Rosalía quiere dejar huella en la historia, cambiando las reglas del juego y perteneciendo al Olimpo de los dioses musicales. Con Motomami, Rosalía se ha enfrentado a su propia Odisea, emprendiendo su propio viaje de la heroína.

Si Ulises pensaba que la Ilíada había sido su mayor aventura, y la crítica musical que Rosalía había tocado techo con El Mal Querer, era porque no sabían lo que se avecinaba. La catalana ha demostrado que su imaginación no tiene límites a la hora de crear canciones. Hace y deshace a su antojo cada género que toca, jugando con todas las posibilidades y regalándonos un viaje más movido que el de Ulises por el mar Egeo. Porque Motomami está lleno de sorpresas, giros inesperados y el propio canto de sirena de Rosalía.

Motomami es una declaración de intenciones. Rosalía está continuamente mandándonos señales para que seamos conscientes de que estamos escuchando su música. Cuando ponemos un tema con los patrones que ya conocemos, es fácil desconectar y pensar en otras cosas mientras inconscientemente tarareas la melodía. En Motomami es complicado. Rosalía enseña las fisuras de su obra. La cantante rompe los cánones de los géneros y se atreve con bachatas, reguetones, hip hop, baladas o flamenco. O todo a la vez. Ella se transforma y, en lugar de adaptarse a esos géneros, son ellos los que se adaptan a ella.

Portada de 'Motomami'

Portada de 'Motomami' / Sony Music

El ejemplo más claro es el de Cuuuuute, una explosión sonora donde la artista junta varios géneros: desde los ritmos brasileños hasta el hip hop, pasando por un puente de pop melódico. Este plot twist musical también lo vemos en Saoko. Cuando estamos inmersos en los beats de un reguetón, la artista hace un homenaje al jazz en el puente.

En Hentai también podemos ver esta deconstrucción del género. Lejos de ser una balada común, su letra llama la atención. Pero hay que ser consciente de ella, como si fuese un easter egg oculto. ¿Por qué no está hablando de amor puritano y está describiendo cómo ha sido el mejor polvo de su vida? Una decisión sublime. Además, en esta misma canción, de forma muy explícita, Rosalía se carga la dulzura de su propia melodía con el sonido de una metralleta. Quiere que el oyente sepa que en este álbum puede pasar de todo y que las piruetas musicales son las protagonistas.

Rosalía, que además de haber contado ya con el respaldo de la crítica gracias a sus dos anteriores álbumes (El Mal Querer y Los Ángeles), ha experimentado en su propia piel lo que es tener hits comerciales mundiales como Con Altura o Yo x Ti, Tu x mí, no tiene que demostrar nada. Por eso Motomami es un álbum lleno de contrastes sonoros, sintetizadores y progresiones que se acercan más a la música de vanguardia que a lo que conocemos como mainstream.

Rosalía en 'Motomami'

Rosalía en 'Motomami' / Foto cedida por Sony Music

Fama, Amor y Religión: los tres pilares de Motomami

Si musicalmente Rosalía no para de cuestionar los géneros; en las letras, la cantante pone en duda su propia identidad. La catalana, como si fuese nuestra propia Hannah Montana, habla de la dualidad que tiene el éxito. No solo de lo mejor de los dos mundos, también lo peor.

La Fama, el tema que tiene junto a The Weeknd, solo era la punta del iceberg de lo que estaba por venir. Sin ningún tipo de falsa modestia, Rosalía hace referencia en sus letras a estos tres últimos años en los que le ha cambiado la vida. “No basé mi carrera en tener hits. Tengo hits porque yo senté las bases”, dice en Bizcochito.

Pero esta vida tiene un lado oscuro. Y es que la fama es mala amante. En G3 N15, una preciosa carta de amor hacia su familia, Rosalía pide perdón por el tiempo que ha pasado alejada de su gente. Porque el éxito es sacrificio. También cuenta la otra cara de Los Ángeles (la ciudad, no el disco), donde “Hay picos en los brazos” y “picos en las estrellas”.

Este mismo tema lo trata en Sakura, una canción que si cierras los ojos te traslada a uno de sus conciertos. Una experiencia sonora que, con unos buenos cascos, es una auténtica locura. Lo curioso de esta canción a es que, aunque su letra habla directamente de una princesa pop, se trata de una balada aflamencada. Otra vez, Rosalía jugando con nosotros.

En Motomami, Rosalía tiene muy presente la religión, haciendo referencia todo el rato a Dios. Y es que su alma flamenca, donde la religión está muy presente, continúa vigente. Pero este espíritu de divinidad no solo lo escuchamos en la letra, también en el sonido. Al igual que hizo en el tema Lo vas a olvidar, Rosalía consigue esa aura espiritual a través del sonido del órgano y los sintetizadores. El canto de los ángeles ya la pone ella. G3 N15, Candy o Como un G tienen esa espiritualidad. Coincide que estos temas son los que hacen referencia directamente al amor. Y acaso, ¿no es Dios el summum de este sentimiento para los creyentes?

En búsqueda de su propia identidad

Rosalía plasma la crisis de identidad que ha sufrido estos años. Lo hace en varios momentos. En Diablo, sin ir más lejos, la cantante dice lo siguiente: “La que sale por TV no es la que yo conocí. Ahora pisas Lamborghini”. La autoaceptación la encuentra en Bulerías, donde deja claro que, aunque se transforme, sigue estando la cantante de Los Ángeles: “Soy igual de cantaora Con un chándal de Versace Que vestidita de bailaora Y aunque a mí me maldiga”.

Rosalía juega con los distintos registros vocales, demostrando que puede ser todo lo que ella se proponga. Desde la cantaora hasta la artista de pop japonés en la que se transforma en Bizcochito, pasando por la rapera de hip hop. La artista, como si fuese el personaje de la Máscara (la de Jim Carrey no la del zorro), se amolda a cada una de las canciones. A veces ayudada de los sintetizadores; otras, simplemente con su increíble capacidad vocal. Rosalía no tiene límites en Motomami.

Esta búsqueda de identidad culmina en el último audio del disco, ABCDFG, donde la propia cantante se autodefine y se encuentra a sí misma. Al igual que su música, ella es mucho más que un solo adjetivo o un género. De hecho, para describirse, Rosalía deja atrás cualquier música, apostando por recitar los versos sin ningún tipo de melodía. Y es que, si algo ha dejado claro Rosalía con Motomami, es que no hay género ni melodía que la defina.

Sin duda, Motomami es un viaje épico que poco tiene que envidiar al trayecto del héroe que describía Joseph Campbell. Al igual que todas aquellas historias universales que conocemos, Rosalía solo está buscando su identidad. La gran diferencia es que ella ha tenido que arrasar con todo para encontrarla. Y bendito desorden que ha dejado, regalándonos un disco del que se hablará durante años. Ahora sí que sí: bienvenida Diosalía.

Alberto Palao

Alberto Palao

Periodista musical. Me gusta comer burritos y escuchar canciones cortavenas. Encuentro todo tipo de...

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