Así se convirtió Amsterdam en el paraíso de las bicicletas
La capital neerlandesa es uno de los mejores lugares del mundo para moverse en bici. Pero hace no tanto tiempo las cosas eran muy diferentes
Son muchos los españoles que, al viajar a Amsterdam, vuelven maravillados con la facilidad con la que uno puede desplazarse por sus calles a bordo de una bicicleta. En la capital de los Países Bajos todo son facilidades para el ciclista: desde los omnipresentes carriles bici al transporte público, en el que puedes subir con la bicicleta sin problema, pasando por la prioridad frente a otros medios de transporte. En Amsterdam, los atascos de bicicletas son, a menudo, más frecuentes que los de coches. De hecho, el 60% de sus habitantes pedalea a diario.
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Pero no muchos saben que, hace no tanto tiempo, las calles de Amsterdam se parecían mucho más a las de ciudades como Madrid. Hasta el final de la década de 1960, el vehículo motorizado era el dueño absoluto de la ciudad, fruto del fuerte desarrollo económico que experimentó el país: de 1948 a 1970 el PIB creció un 222%, lo que posibilitó que muchos ciudadanos decidieran invertir en uno de los bienes de consumo más deseados del momento: el coche.
Amsterdam, al igual que otras grandes urbes del país como Rotterdam o La Haya, se llenó de coches. Y con ellos llegó el ruido, el humo… y los accidentes. Sólo en 1970, 3.000 personas fallecieron víctimas de atropellos. Y de ellas, 450 eran niños. Eran los tiempos del baby boom: los niños jugaban en las calles, lo que entraba en conflicto con el imparable aumento del número de coches circulando a gran velocidad.
La sociedad tenía un problema grave. Las manifestaciones de padres y madres exigiendo al gobierno medidas urgentes para frenar la oleada de muertos en el asfalto se sucedieron. Bajo el lema “Stop Kindermoord” (parad el asesinato de niños), las protestas se extendieron por las principales ciudades del país. Y entonces… llegó la crisis.
Adiós, petróleo
En 1973 el mundo vivió una de las crisis más graves desde el final de la Segunda Guerra Mundial. La Organización de Países Árabes Exportadores de Petróleo tomó la decisión de no exportar más petróleo a los países que habían apoyado a Israel durante la guerra de Yom Kipur, lo que incluía a EEUU y los Países Bajos. La decisión se tradujo en un drástico frenazo económico y, cómo no, en una imparable inflación que afectó especialmente a los combustibles.
Había que cambiar de rumbo: el país no podía depender de una materia prima sujeta a los vaivenes de la geopolítica internacional. Y haciendo caso a los manifestantes, se tomó una decisión que cambiaría el país para siempre: apostar por el medio de transporte más sostenible y menos contaminante que existe: la bicicleta.
El resto de la historia es más que conocida por todos: Amsterdam y el resto del país se llenó de carriles bici. Los holandeses empezaron a usarla para todo, independientemente del frío o de la lluvia. Un fenómeno al que ayudó la singular orografía del país prácticamente llano en su totalidad. Hoy en día, el país cuenta con más de 30.000 kilómetros de carriles bici.
Ahora, cuando Europa vive una espiral inflacionista que recuerda a aquel lejano 1973, aunque por causas distintas, hay quien se pregunta: ¿Por qué no aprender del pasado y apostar con decisión por la movilidad sostenible?