Octavi Pujades: De ‘Al salir de clase’ a influencer que no se quita a Rosalía de la cabeza
Debutó en ‘Al salir de clase’ y en pandemia lo petó en redes con su padre

Octavi Pujades, el actor influencer que acaba de publicar su primer libro. / Pablo Cuadra/WireImage
Octavi Pujades es uno de esos actores que nos resulta habitual en la ficción de nuestro país, desde que se hiciera popular con Al salir de clase. Últimamente está más centrado en el teatro y en las redes sociales. Después de haberlo petado durante la pandemia con su padre como acompañante de sus vídeos y fotos, sigue ganando seguidores.
Precisamente, fue a raíz de ese reencuentro con su padre cuando decidió escribir su primer libro. No viene a cuento recoge una historia donde la ficción se mezcla con la realidad en un formato que toma como base varios cuentos clásicos.
De este nuevo proyecto, de su faceta de padre o de lo que fue dejar su plaza como médico para apostar por la interpretación, hemos hablado con él para descubrir que últimamente no puede quitarse de la cabeza a Rosalía.
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Tu primer libro, ¿qué se siente?
Es una sensación extraña. Yo siempre me he dedicado a algo artístico, pero cuando eres actor realmente dependes de muchos factores y eres uno de los muchos eslabones de una cadena. Dices el texto de otro y como quiere que lo digas. Pero escribir un libro o los post de Instagram te dan un poder y una libertad mucho mayores.
Todo arranca en la pandemia y tu faceta de influencer junto a tu padre, ¿qué fue lo mejor de esos días?
Lo mejor fue redescubrir un poco a mi padre. Cuando cuidas a una persona mayor siempre es un esfuerzo y un trabajo, en este caso, mi padre no tenía a nadie más que pudiera estar con él, pero siempre es un lío porque lo tienes que compaginar con tu vida normal. Nuestra generación nos encontramos en este momento sándwich en el que, por un lado, tienes que atender a tus mayores y, por otro lado, atender a tus hijos y tú te quedas sin tiempo para ti, vas de culo todo el día para poder cumplir con tus obligaciones y al final, como que no llegas a hacer nada. El confinamiento fue un parón. A mí me daba un poco de miedo porque con mi padre siempre había chocado mucho de carácter, pero nos dio la oportunidad de estar el uno por el otro sin injerencias exteriores.
Leyendo los cuentos uno se da cuenta de que te armaste de paciencia.
Sí, pero fue muy gratificante y, además, nos ayudó mucho lo que hicimos en redes. Parece una tontería, pero mi padre tenía 92 años cuando se murió. Se jubiló con 65 y era una persona de esta generación que se crio en posguerra que no tuvo mucho tiempo y energía en esos tiempos formativos que hacer otra cosa que sobrevivir y no tenía aficiones y desde que se jubiló su vida era una isla de cómoda monotonía de la que no salió y preparar las fotos y hacerlas le dio vida.
¿En qué momentos decidís convertiros en influencers?
Evidentemente no era ese el planteamiento. A mí las redes, aunque no lo parezca, me costó entrar porque me parecía muy fatuo todo, pero después, hubo una época de parón de trabajo hace 6 o 7 años en el que me di cuenta de que, para bien o para mal, las redes sociales son importantes, cada vez más. Le fui pillando el gusto de ir contando cosas. A la gente le iba gustando, pero debía mantener cierta constancia. Lo estaba haciendo, lo que pasa que mi día a día antes de la pandemia era muy movido y llegó el momento en el que mi día a día eran 24 horas con mi padre y para seguir con esa continuidad eran cosas con mis padres. A mí me gusta mucho disfrazarme y hacer el tonto y estaba aburrido y decía, ‘vamos a hacer cosas’.
¿A él le costó entrar al juego?
A él no le costó nada, le encantó. Él era un termómetro bastante fiable de saber si algo funcionaba o no. Falleció sin entender muy bien el concepto de internet. Leía los mensajes o veía cuando salía a tomar algo que la gente le reconocía y eso le encantaba, pero no comprendía muy bien el concepto como herramienta de comunicación global e inmediata. Le planteaba la foto, le leía el texto y si él se reía y le gustaba, ya sabía que era algo que trascendía las limitaciones del formato para llegar a una persona tan ajena a ello como era mi padre.
Explicas que parte de lo que vamos a leer es autobiográfico y parte ficción, ¿un escudo para que no mostrarte tan vulnerable?
No, es una concesión, pero también es un aviso. A veces me han dicho, ‘ostras, cómo muestras tu día a día y tu intimidad en redes’. No, perdona, tú estás viendo en redes lo que yo estoy colgando. Sí que es cierto que toda esa intimidad que parece que cuento yo en redes sociales es la intimidad pasada por el tamiz de lo que yo quiero contar. Mucha gente me decía, ‘tu padre, qué adorable’ y no, tú estás viendo el personaje que yo he creado para redes de mi padre y el personaje que yo me creo para mí en redes. Hay mucha verdad, pero cuando escribes, a veces, no dejas que la realidad se interponga en una buena historia.
Rezuma familia, al final, eso es algo que todos entendemos, ¿no?
Sí, aunque no soy una persona excesivamente ligada al resto de la gente. Soy hijo único, mis padres me tuvieron mayor. No íbamos de vacaciones, no tenía muchos amigos y para mí, las relaciones sociales, no han sido fundamentales en mi vida. Me crie leyendo o viendo películas y mi universo particular ha sido muy solitario. Pero llega el momento en el que me caso y tomo la decisión de tener niños, aunque no soy especialmente niñero. Pero con el tiempo te vas dando cuenta de que, por muy imperfectas que puedan ser las relaciones que estableces con otros seres humanos, al final, el vínculo que se crea en la familia es para siempre, para bien y para mal. Eso te libera en cierta manera en la forma de encarar esas relaciones con la familia porque sabes que van a estar ahí pase lo que pase y viceversa.
Tu padre no pudo leer el libro, pero, ¿quiénes han sido más críticos con tu libro: tu chica o tus hijos?
Mi chica ha sido bastante poco crítica, lo ha disfrutado mucho. Mis hijos todavía no se lo han leído entero, han ido por partes, pero les ha hecho mucha gracia verse reflejados. El de El flautista o Hansel y Gretel sí que los han leído y se han visto reflejados. Ellos son más críticos, no tienen ningún problema en decir lo que les gusta o no les gusta. La confianza da asco con los hijos y creo que ellos sí que lo han disfrutado desde un punto de vista bastante neutral.
Fuiste padre joven, ¿es lo que recomendarías a todos?
No sabría decirte…sí, ser padre joven, sí. Hay cosas que no había vivido y que creo que igual el tener hijos coartó en cierta manera mi libertad, pero sí es verdad que ahora me siento suficientemente joven, sano y activo, para que, en este momento en el que ya empiezan a volar por sí mismos, poder retomar estas cosas y ya sin la espada de Damocles de algún día quiero ser padre. El trabajo ya está hecho y ahora puedo disfrutar de mi vida desde un punto en el que familiarmente ya está y les puedo incluir a ellos en muchas cosas.
¿Eres el padre controlador que se percibe en alguno de los cuentos?
Es un padre controlador que responde a las exigencias de una madre más controladora. Hay momentos en los que hay que intentar controlar, pero no me considero especialmente controlador. Es una cuestión evolutiva. El 50% de nosotros va en nuestros hijos, son nuestro mínimo pasaporte a la inmortalidad y hay una tendencia inevitable a proteger eso para que no se dañe y perdure. Tenemos una cierta tendencia a meterlos en una urna de cristal para que no les pase nada y la vida no es así.
Ellos son protagonistas en tus redes, ¿son muy colaborativos o dicen ‘ya está otra vez’?
Lo empiezan a ser un poquito más. El niño, sobre todo, ha sido muy poco colaborador, no le hacía ninguna gracia salir ahí y cuando no ha querido lo he respetado. Con mis hijos, lo que sí que he respetado ha sido el acuerdo con su madre, que ella aceptara, que mis hijos aceptaran y que tuvieran unas redes sociales abiertas. Yo no les voy a meter en un mundo al que no pertenecen. Cuando ya han tenido redes sociales abiertas, he empezado a hacerles partícipes, siempre que han querido.
Y, ¿hay rivalidad entre vosotros para ver quién consigue más seguidores?
No, qué va, para nada. En mi casa y en mi entorno con los adolescentes con los que tengo contacto, es curioso. Nuestra generación ha visto surgir muchas tecnologías y hemos visto el cambio y eso me ha producido mucha curiosidad. Soy activo en redes sociales, en tecnología y en ver cómo hemos pasado de un sitio a otro. Y mis hijos son usuarios pasivos. Se han encontrado con la tecnología y se han preocupado muy poco de tomar parte activa. En redes sociales son observadores, pero no son participantes. Prácticamente no publican nada o lo publican en sus cuentas privadas a las que yo no tengo acceso.
Aparte de toda esa transformación tecnológica, ¿ves muchas diferencias entre tu adolescencia y la de tus hijos?
Las veo muy diferentes, pero intento relativizarlo. Por un lado, la memoria es muy tramposa y no podría decir hasta qué punto los recuerdos de la infancia y adolescencia se corresponden con lo que realmente fueron. Ahora mismo, los cambios tecnológicos han provocado, por lo menos aparentemente, una forma de vivir muy distinta. A veces les veo todo el día enganchados a la pantallita y digo ‘están tontos’. Pero luego pienso, mi padre también me lo decía a mí en cierto sentido. Yo le intentaba explicar a mi padre que no es que estuviera enganchado a la pantallita, sino que es una ventana con la que puede estar trabajando, hablando con gente. Puedo estar cambiando el formato de lo que hago, pero acabo haciendo lo mismo. Y cuando veo a mis hijos todo el día con la pantalla pienso que puede que estén en el mismo proceso, que no es que estén atontados mirando una luz pasiva, sino que están hablando con otra gente. Prefiero las relaciones personales cara a cara, pero igual, es tan gratificando o válido hacerlo a través de las redes sociales. Juzgar me parece aventurado.
Si seguimos en esa nostalgia y miramos al pasado, tuviste tu época de universitario. Con lo que cuesta sacarse la carrera de medicina, ¿cómo te dio por aparcarla y convertirte en titiritero?
Fue una ida de olla, una inconsciencia buena, pero inconsciencia, al fin y al cabo, de juventud. En ese momento yo tenía 24 años y empecé a preparar el MIR y empecé a trabajar en cositas de publicidad, azafato y fue cuando al final, después de hacer el examen y antes de elegir la plaza, fue cuando me salió un casting para hacer una serie. Me cogieron y elegí la plaza y pude aplazar un año la incorporación a la especialidad.
¿Cuál era?
Psiquiatría. Es un campo no tan mecánico como otros de la medicina. Lo que me ayudó a decidir es que la medicina tampoco era la idea romántica que yo tenía cuando lo elegí. Como el volumen de conocimiento es tan gigantesco o te especializas mucho en algo, o eres aprendiz de todo y maestro de nada. El funcionamiento del cerebro está menos desarrollado que el de otros órganos más funcionales y tenía más posibilidades. Una pierna rota es una pierna rota, pero una depresión o una esquizofrenia tiene un componente vivencial muy distinto según a quién le toca y es más estimulante. Pero, aun así, era un descarte. Se cruzó el casting, me pasé nueve meses rodando una serie, cobrando tres veces más de lo que iba a cobrar siendo médico residente y, en aquel momento, el refuerzo positivo de que te conozcan, el ego, influye mucho. Así que decidí renunciar a la plaza y dedicarme a esto y, de momento, no me puedo quejar.
¿Entenderías una decisión así en tus hijos?
Sí, la entendería a pesar del padre controlador que aparece a veces en el libro y que muchas veces soy, no quiero que mis hijos hagan algo que físicamente les ponga en un compromiso, pero el constructo social de estudia una carrera y sigue el camino trillado, es algo a lo que ya le he visto el cartón. Si nuestros hijos no nos siguen, no me parece del todo mal. Yo estudié medicina parecía algo prestigioso y vocacional y no era así. No era así porque cuando lo elegí con 18 años no tenía ni puta idea de las opciones que me brindaba el mundo. Casi prefiero que durante un tiempo mis hijos se vayan equivocando y vean lo que quieren después de mucho ensayo y error, e incluso que tengan un trabajo con poco triunfo económico, pero les llene, porque ahora, con 48 años, eso me parece más importante que el tener un BMW y un chalet en la sierra.
Ser doctor, ¿te ha ayudado en series como Centro médico?
Sí, por supuesto. Centro médico era una serie muy guerrillera, se rodaba cámara en mano, con cuatro unidades grabando a la vez y cada una de ellas contaba con un asesor médico en plató y los guiones estaban co-escritos con los médicos. Estaba muy bien contado y descrito el tema médico y me ayudó manejar la nomenclatura con soltura. Había una vocecilla que me decía, ‘ostras, los pobres compañeros, que no son médicos, el esfuerzo que les supone es titánico’.
Hablando de series, Al salir de clase fue la gran cantera por la que pasasteis gran parte de los actores de este país, ¿qué recuerdas de aquella etapa?
Para mí fue un arranque de una carrera ya en serio. Empecé en Cataluña, en el 99, con una serie mítica que se llama Happy House, que fue para la que me pillaron, pero estaba muy verde, no tenía representante, era en casa, era como una pequeña islita bastante alejada de lo que es la industria real. Cuando terminé estuve un año y medio sin dedicarme a esto. Estaba trabajando de noche como camarero en una discoteca y había renunciado a la plaza. Estaba en un limbo en el que había hecho esa serie, pero no sabía cómo iba a continuar. Llevaba dos meses en Grecia, que me había mandado una agencia a trabajar y, de repente, me llaman para hacer el casting de Al salir de clase. Me mandan el texto, me lo imprimo, me pillo un avión, voy a Madrid, hago el casting, vuelvo a Atenas. A la siguiente semana me llaman para un segundo casting, vuelvo a ir, me vuelvo otra vez y digo, ‘por favor, que no me llamen más que me estoy dejando los ahorros en vuelos’, todavía no había compañías low cost. Entonces, me pillaron y fue llegar a Madrid, al meollo de la industria audiovisual para bien o para mal. Ya tuve una representante y entré en una rueda en la que unas veces ha ido más rápido y otras más despacio. Pero ahí fue el arranque de una carrera con continuidad.
Muchos empezabais ahí muy jóvenes, ¿eso creó lazos?
Eso crea lazos. En aquel momento, sí es cierto que yo ya estaba con la que fue mi mujer. Me casé mientras estaba haciendo la serie. A los dos años tuve a mis hijos. Tenía a mi padre también. Mis lazos, dentro de la profesión, nunca han sido tan fuertes como lo han sido en otros casos. Nunca he tenido una camarilla, un grupito de gente en Madrid. Entre otras cosas porque cuando yo terminaba de trabajar en Madrid, me iba a Barcelona y tampoco soy la persona más social del mundo. Pero sí es cierto que el vínculo que crea hace que te reencuentres con mucha de esa gente, años después, trabajando o en eventos y sí que parece que no ha pasado el tiempo. Esas vivencias, siendo jóvenes como éramos, crean una huella, una confianza que, realmente, pierde muy poca fuerza.

Octavi Pujades fue uno de los chicos de 'Al salir de clase'. / Mediaset España

Octavi Pujades fue uno de los chicos de 'Al salir de clase'. / Mediaset España
También pasaste, aunque solo fuera en un episódico, por Un paso adelante que ahora vuelve, ¿qué te parece esta tendencia de reboots?
No hay falta de ideas sino falta de valentía, que es muy comprensible. Entiendo que unos ejecutivos de un canal de televisión o de una productora, prefieran ir a tiro seguro y asegurarse unos mínimos tirando de la nostalgia de los espectadores. Es mucho más sencillo enganchar a los espectadores haciendo un remake o una continuación de una serie que en su momento triunfó, aunque nada es seguro en este mundillo, pero te da cierta ventaja sobre un proyecto que parte de cero.
¿Por cuál de las que has hecho tú, sientes nostalgia?
Me lo he pasado muy bien en las comedias que he hecho. Siento nostalgia por La Lola porque, además, el equipo humano era tremendo. Por Ciega a citas. Eran series en las que me lo pasé muy bien. Además, es que en Ciega a citas hacía un personaje que era un poco cabroncete y era muy divertido de hacer.
De actor de series de éxito a influencer, ¿qué es más exigente?
No sabría decirte, lo de influencer exige constancia. Engancha porque, aunque parezca una tontería, el discurso es completamente tuyo en redes sociales y es muy gratificante. Que lo tienes que hacer con constancia es muy esclavo, pero elegir de cabo a rabo todo es divertido a nivel creativo. Las series… me lo pasaba muy bien cuando era más joven. Ahora llevo más tiempo haciendo teatro y todo es gratificante, pero si me preguntaban con 30 años qué me gustaba más, decía que todo igual, pero ahora te diría que teatro con bastante diferencia. Te da menos resonancia a nivel mediático y a nivel popularidad, te da menos dinero, pero te da la oportunidad contar una historia del tirón, que como actor es más gratificante y está más cerca de la esencia de la interpretación que el corta y pega que es una serie. No dependes tanto de audiencias y tensiones internas entre productoras y cadenas. En el teatro, como actor, se vive y se respira mucho mejor.
En esta faceta de influencer has cogido como bandera el sentido del humor, ¿sientes que la gente está para reírse con la que está cayendo?
Yo creo que la gente tiene ganas de reírse. Están de uñas y están muy descorazonados, hay mucha incertidumbre y mucho miedo y el miedo ayuda a la polarización y a que no sólo estén asustados, sino que estén cabreados. Creo que en ese sentido las redes tienen parte de culpa por sus algoritmos. Favorecer sistemática que tú vayas recibiendo ese refuerzo positivo de la gente que piensa como tú, me parece que ha ayudado a algo muy negativo que es esa polarización que estamos viendo. Fenómenos a nivel global cuya única razón de ser es una desinformación de base, desde el Brexit del Reino Unido, hasta la elección de Donald Trump en Estados Unidos, creo que parte de unas campañas de desinformación masiva que sólo han podido llevarse a cabo desde redes sociales. Esto jode y da mucho miedo. Las fake news corren a una velocidad seis veces superior. Tenemos más conexión con la información, pero mucho menos con la verdad.
Y con todo esto, ¿lo del sentido del humor dónde queda?
Creo que reciben muy bien el humor blanco, como el que yo muestro en redes sociales. Luego hay un tipo de humor que pone en el objetivo las creencias de la gente, eso se recibe peor. Cada vez tenemos la piel más fina y estamos menos dispuestos a aceptar que nuestras opiniones no son verdades absolutas. Para eso el humor es más necesario que nunca porque pone un poco de relieve el absurdo de la inflexibilidad de las opiniones grabadas en mármol.
En uno de tus últimos vídeos en IG hacías referencia al Bizcochito de Rosalía, ¿hartazgo?
Jajaja, no es hartazgo. Si te digo la verdad, yo no he puesto nunca una canción de Rosalía. Si he escuchado su música ha sido porque la han puesto en algún sitio y me parece muy buena, pero a mí me molesta mucho cuando ponen música en altavoz, en la calle, en el metro, en la playa…me parece algo muy personal y muy invasivo si no es la música que tú eliges y supongo que es porque tiene un componente que me liga mucho con la emoción. Es una de las cosas que más primariamente conecta con mis emociones, entonces me resulta difícil establecer este vínculo con música que no es antigua, con antigua me refiero a música de mi época. Prácticamente solo escucho música que para mí significa algo desde hace años. Y lo de Rosalía es que el bizcochito de los cojones es pegadizo como si fuera super glue. Solo con escuchar esa especie de entradilla, se te mete en la cabeza de manera muy fuerte y tengo esta tendencia. No soy obsesivo compulsivo, pero sí tengo tendencia a estar siempre con una cancioncilla metida en la cabeza. Esta se ha incrustado, pero bien.
¿Cómo eliges la música de tus vídeos?
A veces trasteando veo una música que es tendencia, que se puede utilizar para el tipo de vídeo que hago yo y la guardo. Pero la mayoría de veces, al final, tiro de música que me gusta o que encaja.
Tienes adolescentes a tu alrededor, ¿la música urbana lo ha inundado todo?
Mi hijo está escuchando mucho rap y trap, pero tampoco lo pone mucho en casa porque se lo hago quitar. Mi hija es de gustos muy eclécticos, igual está escuchando rock de los años 70, que después te está escuchando hardcore o música máquina. Tiene una mezcla muy sorprendente y unos saltos conceptuales muy bestias.
Y, ya para acabar, ¿qué canción le pondrías como banda sonora a tu libro?
In The Meantime, de Spacehog. No por la letra ni nada, sino porque es la banda sonora de Fanboys y el final de la película me traslada al libro. Es una conexión pillada por los pelos, pero es como funcionan las emociones.














