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De desierto a vergel: el milagro chino de la Meseta de Loes
En pleno corazón del gigante asiático se encuentra el mayor proyecto de regeneración ambiental jamás llevado a cabo por el ser humano.
A lo largo de sus nueve millones y medio de kilómetros cuadrados, China cuenta con inmensas áreas poco pobladas. Zonas que se han utilizado fundamentalmente para cultivar alimentos con los que proveer a sus más de 1.400 millones de habitantes. Y zonas que, a causa del uso excesivo de la tierra, han acabado degradadas hasta convertirse en auténticos desiertos.
La Meseta de Loes, también conocida como meseta de Huangtu, es una de esas zonas. Un gigantesco altiplano de unos 640.000 km2, el equivalente a toda Francia, situado en el curso alto y medio del río Amarillo, y considerada la mayor meseta del planeta. Sus habitantes vivieron tradicionalmente en cuevas, cultivando un suelo fértil que, sin embargo, con el paso de los siglos acabó diciendo basta: la explotación sistemática de la tierra y la deforestación, unidas a la erosión provocada por los fuertes vientos, hicieron que el ecosistema colapsara. A finales del siglo XX, la zona se había convertido en una de las más pobres del país.
¿Es posible darle la vuelta a la situación y volver a convertir en habitable y fértil un lugar como la Meseta de Loes? Fue la pregunta que se hicieron los científicos chinos cuando, a mediados de los 90, recibieron el encargo del Gobierno de regenerar grandes extensiones degradadas del país, sustituyendo muchas de esas tierras de cultivo por bosques y matorrales, y empleando para ello a los propios habitantes del lugar. Arrancaba así el proyecto medioambiental más ambicioso jamás creado, bautizado como ‘Grain to Green’ (de grano a verde), con una fecha como meta en el horizonte: 2050.
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Hoy, y aunque el faraónico proyecto aún se encuentra en su ecuador, el resultado es ya visible: una parte importante de la Meseta de Loes, el equivalente al tamaño de los Países Bajos, ha recobrado la vida de antaño. La fauna ha regresado, las cosechas se han recuperado y el lugar se ha convertido en un auténtico vergel. Así lo corroboran los datos: la vegetación crece a un ritmo del 12,5% al año. Y la erosión del suelo se ha frenado drásticamente.
Pese a que se ha reducido el área dedicada a cultivos y a la ganadería, la producción de alimentos y la riqueza de los habitantes ha aumentado
El beneficio no ha sido sólo medioambiental: también económico. Pese a que se ha reducido el área total dedicada a cultivos y a la ganadería, la producción de alimentos y la riqueza de los habitantes ha aumentado de manera muy significativa, gracias al mejor aprovechamiento de la tierra. De hecho, gracias al programa han salido de la pobreza 2,5 millones de personas, según el Banco Mundial. Se puede decir que el ser humano ha vencido a la destrucción creada por él mismo… y ha salido ganando.
Pero, ¿cómo lo hicieron?
Para conseguir un resultado tan sorprendente, la ciencia actuó en varios frentes muy distintos, De entrada, los ingenieros chinos construyeron terrazas en las laderas de la Meseta, con el objetivo de que el agua se filtrara mejor y, de paso, evitar los peligrosos corrimientos de tierras. Se constituyeron presas para evitar las inundaciones y almacenar el agua de cara a los periodos de sequía. Se plantaron numerosas especies vegetales que se adaptaron al duro clima local y se puso coto a la ganadería extensiva, dado que las cabras se comían la vegetación del lugar.
No todo fue un camino de rosas. En un principio, muchos de los habitantes de la zona mostraron fuertes reticencias a cambiar el uso de las tierras, dado que no veían en ello un beneficio a corto plazo. Además, miles de personas fueron forzosamente reubicadas en otras partes del país, lejos de donde habían vivido desde siempre. Y muchas de las especies vegetales plantadas en un primer momento no se adaptaron al clima, lo que se ha traducido en una escasa variedad de árboles y plantas. Una falta de biodiversidad sobre la que han puesto el foco los científicos.
Con todo, el proyecto sigue siendo uno de los mejores ejemplos de cómo algunas situaciones de devastación pueden ser reversibles. El éxito obtenido ha llevado a poner en marcha iniciativas similares en países enormemente castigados por las sequías y seriamente amenazados por la desertización y el cambio climático, como Etiopía o Jordania. Y son muchos los que estudian la manera de trasladar el modelo a otras latitudes, como Chile o Argentina.