Especial
Biomasa: ¿la manera más sostenible de calentarse en invierno?
Con la llegada del frío, vuelve la necesidad de calentar nuestro hogares y el debate sobre cuál es la mejor manera de hacerlo. Analizamos la sostenibilidad de la biomasa, la energía obtenida a partir de la combustión de materia orgánica.
El invierno ya está aquí, y es precisamente ahora, en enero, cuando se manifiesta con toda su crudeza. No en vano, episodios de nevadas extremas como Filomena, la tormenta que cubrió España de nieve en 2021, suelen producirse durante este mes, y las medias anuales lo sitúan como el mes más frío del año con diferencia.
En un escenario de crisis energética agravada por la guerra en Ucrania, cabría pensar que la sostenibilidad ha pasado a un segundo plano. El ahorro se ha convertido en una prioridad, lo que ha llevado a muchos países a rediseñar sus políticas en materia energética: en junio, el Consejo Europeo dio luz verde para considerar energías “verdes” al gas natural y las nucleares, en una decisión muy criticada por los colectivos ecologistas, que entendieron que supone un paso atrás en la lucha contra el cambio climático y va en la dirección contraria a la apuesta por las energías renovables. Y los ciudadanos, preocupados por la imparable escalada de los precios, se han visto obligados a prescindir de otras partidas del presupuesto doméstico para no pasar frío en un invierno duro como pocos que se recuerdan, al menos en lo económico.
En ese contexto tan complejo, y llegado el momento de calentar los hogares, términos como el de “biomasa” parecen haber ganado protagonismo. Cada vez más hogares apuestan por calentarse con combustible como el pellet, que ha sufrido un importante incremento debido a la fuerte demanda. Pero, ¿qué es exactamente la biomasa? ¿Qué papel puede jugar a la hora de poner nuestro granito de arena en favor de un planeta más sostenible?
La biomasa es, a grandes rasgos, un tipo de energía generada a partir de la combustión de materia orgánica. Una fuente energética que resultó prioritaria para la humanidad hasta el desarrollo de la revolución industrial, antes de quedar relegada a un segundo plano debido a la generalización de los combustibles fósiles. Hoy, y gracias al avance tecnológico, pueden suponer una importante alternativa, especialmente en todas aquellas formas derivadas directa o indirectamente de la madera en forma de pellets, astillas, briquetas, serrín o leña, pero también en otras como los huesos de aceituna o las cáscaras de almendra.
Depende… todo depende
Y he aquí la pregunta del millón: ¿es más sostenible la biomasa que los combustibles fósiles? “Es una pregunta amplia”, reconoce Rodrigo Iurzun, portavoz de Ecologistas en Acción. “Quizá la respuesta más apropiada sea: depende. Porque hay biomasa y biomasa”, explica. “Que una energía sea sostenible significa que ha sido producida de una forma respetuosa con los límites de la tierra, con una gestión igualmente sostenible, una certificación concreta y dejando una huella de CO2 razonable lo que implica entre otras cosas que su obtención haya sido lo más cercana posible. No es lo mismo calentarse con restos de una poda del monte que tienes al lado de casa que traer biomasa de Indonesia para cuya obtención se haya arrasado un bosque”, apunta.
Deberíamos tender a reducir al mínimo el consumo de energía, y para eso tendríamos que tener edificios bien aislados
Dicho lo cual, existen otras circunstancias relevantes. “No es sostenible, por ejemplo, que todos nos calentemos, tanto nosotros como el agua que necesitamos a lo largo de todo un año, quemando leña. Y menos aún en un país como España donde la deforestación va avanzando sin control y cada vez llueve menos. A lo mejor no tiene sentido utilizar biomasa para calentar agua en verano en un lugar donde hace 40 grados a la sombra”, reflexiona.
Y es que, como todo lo que hacemos, la biomasa también deja una huella. “Cuando la quemas, también genera gases y partículas contaminantes. En entornos rurales o de baja densidad poblacional no es mayor problema: además, las estufas de pellets modernas, por ejemplo, tienen una eficacia muy alta y generan muy pocos humos. Pero en grandes ciudades densamente pobladas puede generar graves problemas de contaminación”.
Rodrigo recuerda un factor clave del que no se habla lo suficiente: la eficiencia energética. “Deberíamos tender a reducir al mínimo el consumo de energía, y para eso tendríamos que tener edificios bien aislados, en los que no se produjera la pérdida de energía que se da actualmente”, señala.
Los datos parecen dar validez a esa problemática. Diversos estudios señalan que las viviendas españolas están entre las peor aisladas de Europa. Y por mucho que nos esforcemos en lograr una temperatura agradable, buena parte de ese calor se va: se calcula que, en una casa mal aislada, el techo puede ser responsable del 25-30% de la pérdida de energía de la casa. En las paredes exteriores ese porcentaje se sitúa entre el 20 y 25%. Y en las ventanas, el lugar por el que entra más frío, puede llegar hasta el 40%.
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