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Tristán de Acuña: así es la vida en la isla más remota del mundo
¿Nostalgia de las vacaciones? ¿Ganas de estar en medio de ninguna parte? Te proponemos un viaje al lugar habitado más lejano a cualquier otro del planeta: la misteriosa isla de Tristán de Acuña, en el Atlántico Sur.
Imagina tener a los vecinos más cercanos a 2.000 kilómetros de distancia. Es lo que les sucede a los 264 residentes de Tristán de Acuña, una diminuta isla de apenas 200 kilómetros cuadrados ubicada en medio del Atlántico Sur, en el que puede presumir de ser el lugar habitado de la tierra más lejano a cualquier otro. En concreto, lo más cercano es la isla de Santa Elena, a 2.162 kilómetros. Para pisar un continente es necesario recorrer 3.000 kilómetros hasta llegar a Sudáfrica. Y todo ello, en una travesía en barco que dura seis días, dado que en la isla no hay aeropuerto.
En realidad, Tristán de Acuña no es una única isla, sino un archipiélago. La isla mayor, con el mismo nombre, es el lugar de residencia de todos los habitantes, 133 mujeres y 112 hombres, que viven en la capital y único asentamiento de la isla, Edimburgo de los Siete Mares. La isla de Gough, de mucho menor tamaño, sólo cuenta con una estación meteorológica sudafricana. Y Nightingale, aún más diminuta, está completamente deshabitada. A ellas hay que añadir una cuarta isla volcánica absolutamente inaccesible debido a sus escarpados acantilados.
¿Cómo llegó aquí la gente? ¿Qué les llevó a decidir que era un buen sitio para vivir? Y lo que parece más complejo de entender: ¿cómo se las arreglan en su día a día estando tan lejos de todo?
Para conocer la historia de Tristán de Acuña conviene nombrar a quien fue su descubridor en 1506, el navegante portugués Tristão da Cunha, que pasó por allí casi de casualidad, la bautizó con su nombre y pasó de largo. De hecho, ni siquiera llegó a pisarla, dadas las condiciones adversas del mar. Habría que esperar hasta el año 1643 para que los miembros del barco Heemstede pusieran por primera vez un pie en la isla. Y casi dos siglos hasta que se fundara el primer asentamiento.
Para entender por qué hay gente allí viviendo a día de hoy es importante, sobre todo, recordar un episodio histórico mucho más conocido. En 1815, los ingleses confinaron a Napoleón en la “vecina” Santa Elena tras su derrota en la batalla de Waterloo. El miedo a que los franceses pusieran en marcha una operación de rescate del emperador desde Tristán de Acuña llevó a un puñado de colonos a utilizar la isla como asentamiento militar. Y a algunos de ellos, a quedarse allí para siempre.
Una utopía igualitaria
Uno de esos colonos ingleses era William Glass, que desembarcó en la isla junto a su mujer, Magdalena Leenders, y sus dos hijos. En pocos años, se hizo dueño y señor de la isla, y se propuso fundar algo parecido a una utopía igualitaria. Un país en el que la tierra, los animales y los recursos fueran repartidos a partes iguales entre los habitantes, lo que quedó plasmado en una modesta constitución redactada por el propio Glass en 1817. No había en ella inspiración alguna del comunismo: al fin y al cabo, aún quedaba un año para que naciera Karl Marx.
Aunque en 1876 el gobierno británico declaró la isla parte de su imperio, la vida de los habitantes de Tristán de Acuña no cambió sustancialmente hasta 1961. Aquel año, el volcán principal de la isla entró en erupción, lo que llevó a evacuar a los habitantes a tierra firme. Concretamente, a la localidad de Calshot, en el Reino Unido. No fue fácil para ellos: un duro invierno acabó con la vida de muchos, y otros no supieron adaptarse al estilo de vida moderno y continental. Cuando, dos años después, se les preguntó en una votación si querían volver a la isla, lo tuvieron claro: 148 de los 150 habitantes de Tristán de Acuña votaron a favor.
Hoy en día hay sólo seis apellidos en la isla: Lavarello, Repetto, Rogers, Swain, Green y, cómo no, Glass, repartidos en ochenta familias. La endogamia es práctica habitual, dado que buscar pareja es, como parece lógico, una tarea complicada. Ese perfil genético tan singular provoca que algunas enfermedades, como el asma y el glaucoma, sean muy frecuentes entre los habitantes de Tristán de Acuña. A cambio, afecciones muy presentes en cualquier otro lugar del mundo, como los resfriados, son prácticamente inexistentes salvo cuando las trae alguno de los barcos que suministra de víveres al lugar. En la isla tampoco se registró ningún caso de Covid. Cuando alguien enferma, es trasladado a Ciudad del Cabo (Sudáfrica). Eso sí: en la isla acostumbra a haber siempre una pareja de médicos para velar por la buena salud de la población.
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¿Y a qué dedican su tiempo libre los habitantes de Edimburgo de los Siete Mares? Aunque no hay mucho que hacer, la capital de Tristán de Acuña cuenta con una cafetería, un salón para eventos sociales, una oficina de correos y un pub: The Albatross. La conexión con el mundo exterior se mantiene a través de un teléfono vía satélite, cuyas llamadas son gratuitas. La conexión a Internet, aunque ha mejorado, sigue siendo muy deficiente.
Hay quien, conociendo la historia y las peculiaridades de Tristán de Acuña, puede llegar incluso a plantearse la idea de mudarse allí. Pero no es tarea sencilla: el consejo de la isla tiene que aprobar a cualquiera que quiera mudarse allí de forma permanente, y la mayoría de las solicitudes son rechazadas. Ellos lo tienen claro: hay cosas que es mejor que no cambien nunca.