Buscar lo esencial, el caso de 'El Nido': el auge de la escena folclórica en España
En los últimos 10 años el folclore se ha visto afectado por la necesidad de simplificar de nuevo la existencia, viviendo uno de sus momentos más brillantes

Foto grupal del conjunto musical El Nido / Claudio Rivero
Dicen que uno siempre vuelve a donde fue feliz, o que cualquier tiempo pasado fue mejor. Y, aunque sean frases gastadas, esconden algo de verdad. Seguro que recuerdas a tus abuelos, o incluso a tus padres, bailando al son de una jota, una seguidilla o un pasodoble en las fiestas del pueblo. Quizás los evoques recordando anécdotas entre risas, o tarareando alguna copla que todavía flota en la memoria familiar. Esos recuerdos no son casuales: la tradición, la cultura y la identidad también viven en la música. Y esa música, la que nace del pueblo y habla del alma colectiva, es el folclore, parte esencial del imaginario popular español.

En algún punto de esta modernización constante y globalización masiva, nos alejamos demasiado de lo que éramos. Y ahí nace el impulso de volver. Volver a los brazos de una madre, a las conversaciones lentas con la abuela o a los guisos de tu padre. Sea cual sea la forma, hay una tensión latente entre el presente que corre y la memoria que espera.

El auge moderno del folclore en España comenzó a visibilizarse en torno a 2016 y 2017, con artistas como Baiuca, fusionando electrónica y tradición gallega; Rodrigo Cuevas, llevando el cuplé y la tonada asturiana al terreno performativo y queer; María Arnal i Marcel Bagés, con su exploración de la memoria colectiva; o Rosalía, que abrió las puertas del flamenco al pop global. Todos estos artistas, y muchos mas, abriendo el camino hacia una nueva lectura de la tradición.
LOS40
LOS40
Hoy, una nueva generación se asoma a ese pasado con ternura y asombro. Lo escucha, lo respeta… y lo transforma. No desde la nostalgia, sino desde el deseo de entenderse. Porque el folclore no es solo música: es identidad, herencia y corazón. Es la memoria de un país que vuelve a reconocerse en sus canciones.
Dentro de toda esa búsqueda de la tranquilidad piensas en un lugar donde resguardarte del ruido de la ciudad, en un refugio que te devuelva la calma y te haga sentir en casa, un nido se acerca bastante a esta definición. Rodrigo Cachorro (guitarra), Álvaro Herreros (violín), Eneko Lekunberri (percusión), Nacho Prada (percusión y voz) y Peio Lekunberri (bajo) si que vieron en la palabra Nido su punto de unión. “Cuando vivíamos en Barcelona, que siempre que quedábamos a tocar juntos era como ese momento tranquilo de la semana entre el estrés y lo loco y frenético de una ciudad grande. Como que era nuestro nido.”

¿Y qué es El Nido? Son músicos que, tanto en su técnica como en su imaginario, beben directamente de su tierra y de sus raíces. “Nosotros hemos tomado inspiración muy fuerte en cuanto a la tradición sonora de nuestra tierra y también en otros lugares. No hemos hecho un ejercicio de reelaboración con pureza de las músicas de tradición, sino que las hemos puesto al menos en sintonía con otras. Es decir, si trabajamos alrededor de una jota, puede que la letra sea de creación propia, las melodías sí están más ligadas a esa tradición, pero igual en la estética hay un punto más de rock o de pop.”
El regreso a lo que somos: el auge del folclore y la voz de El Nido
Según la RAE, el folclore es el “conjunto de costumbres, creencias, artesanías, canciones y otras cosas semejantes de carácter tradicional y popular.” Para El Nido, sin embargo, es algo más profundo. Nacho, el cantante, lo define así: “El folclore sería como el conjunto de costumbres populares que definen a una población, a un pueblo y conforman su cultura propia. Pero para nosotros es una forma de expresarnos y de unirnos. De que la música tome otra perspectiva y esté en contacto en comunidad.”
Y es verdad que el folk es eso: unión y expresión. Pero también es necesario diferenciar entre el folclore y la música folk. “La música folclórica sería la música que es popular, que pertenece al pueblo, que habitualmente no tiene autoría, que define también a esa cultura, esa idiosincrasia de una población”, sentencia Nacho.

¿Alguna vez os habíais parado a pensar en la belleza de una música sin autoría, que pertenezca al pueblo? A lo largo de la historia ha existido esa música, desde los campos de algodón en Misisipi hasta los campos castellanos donde los campesinos cosechaban cereal. Gozamos de una atmósfera única y atemporal creada por un pueblo en una circunstancia concreta, y hoy tenemos la suerte de poder arrastrarla hasta nuestro tiempo.
El poder de la fusión: globalización
El espectáculo en vivo de El Nido, más que un concierto, fue una experiencia visual, sensorial y emocional. Una escenografía llena de matices y detalles castellanos que nos emocionaban a todos los presentes. Hasta que apareció una azada, que utilizaba para hacer ritmos: “Intentamos tomar elementos de la música tradicional, instrumentos de percusión como sartenes, latas de pimentón, cucharas, o ritmos tradicionales como charros, jotas, ruedas y llevarlas a un lugar sonoro actual, con letras de creación propia que también añaden un carácter contemporáneo”, aseguró Rodrigo. Fue en ese mismo instante cuando conecté con muchas de mis raíces.

Un acto tan aparentemente extraño como introducir el sonido de una azada en una canción con bajo y batería me llevó a momentos muy específicos de mi vida, como aquellos paseos con mis abuelos con un bastón como único aliado. En ese instante comprendí a todos los artistas que habían pasado por mí sin que yo reparase en todo lo que suponían para la cultura y la identidad propia.
Los motivos del renacer
Detrás de este auge hay razones mucho más profundas y humanas. Buscamos identidad. En una época en la que nada parece único y en la que todo suena a todo, muchos jóvenes han sentido la necesidad de mirar atrás para encontrarse. No es solo nostalgia: es raíz. Es tierra. Es escucharse a uno mismo en la voz de quienes vinieron antes. En los cantos del campo, en las nanas, en los rituales que sobrevivieron al paso del tiempo. “Nosotros creemos que en un momento en el que estamos tan desorientados, anclarnos a esa raíz es un punto de conexión muy fuerte, que nos ayuda a recordar lo que somos, de dónde venimos, lo que se cantaba, lo que se bailaba y nos hace sentir en casa, sentirnos en ese hogar, en ese nido.”
Cuanto más lejana se vuelve la memoria de las primeras veces, más necesitamos volver a nosotros mismos. Nuestros pueblos no son otra cosa que el resultado de no querer rendirse a la nostalgia. Se fueron vaciando por miedo o desconocimiento. Creímos que lo bueno estaba fuera, en las grandes ciudades, bajo las luces de la Gran Vía. Hoy el folclore llega como reconciliación: una fusión entre lo tradicional y lo actual. Escuchar una copla, una jota o una tonada que creías perdida es una forma de volver a casa.

Artistas como Califato ¾, Karmento o Tanxugueiras lo han entendido como un diálogo con la memoria. Han demostrado que lo ancestral no es un museo, sino una fuente viva de emoción y discurso, capaz de convivir con sintetizadores, pop o electrónica sin perder su alma. “Suponemos que al final, pues, de la inquietud, de la exploración… de no detenerse y dejar las cosas como están”, acaba por reflexionar El Nido.
Abandonar el Nido

Al final, uno se da cuenta de lo importante que es asomarse a los tiempos pasados. A las raíces. Pero también llega el momento de abandonar el nido. Y en eso consiste, en el fondo, el folclore: en expandirse por el mundo llevando todo lo que uno es allá donde va.
Cuando abandonas el nido, a veces sientes que te has alejado de lo que una vez fuiste. Pero nada más lejos de la realidad: uno nunca desaparece, solo se transforma, sin perder nada de lo que fue. Gracias al folclore, y a todos los que lo mantienen vivo, entendemos mejor quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos.

Andrea Sanz
Una chica buscando su lugar en el mundo. En este intento me encontré con el periodismo y decidimos hacerlo...












