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Decrecimiento: la teoría de la que todos deberíamos estar hablando
Ante fenómenos como el cambio climático, cada vez son más los expertos que ponen encima de la mesa un planteamiento que podría dar la vuelta a nuestra manera de vivir y asegurar un futuro para el planeta.
“Decrecer”. Un verbo que quizá deberíamos estar conjugando más a menudo, y que sin embargo no parece formar parte del vocabulario de los políticos, las grandes empresas y los medios de comunicación. Tan sólo unos pocos economistas e intelectuales lo reivindican, exponiéndose a menudo a una crítica feroz.
Pocos recuerdan que el decrecimiento cuenta, incluso, con un Día Mundial: el 29 de octubre. Una jornada para poner encima de la mesa la necesidad de cambiar nuestra manera de entender el mundo. No parece tarea fácil: al fin y al cabo, la sociedad actual está diseñada precisamente para que la economía haga todo lo contrario: crecer. Y cuanto más, mejor.
Pero, ¿qué es el decrecimiento y por qué es tan importante hablar de ello? Para entenderlo, nada como reflexionar sobre un hecho fácilmente comprensible por cualquiera: los recursos del planeta no duran eternamente. Y pese a ello, el sistema económico actúa como si fueran infinitos. Una realidad que se traduce en los problemas medioambientales que estamos viendo desde hace décadas: agotamiento de las materias primas, contaminación de los acuíferos, imposibilidad de gestionar adecuadamente los residuos que generamos, cambio climático… Y, en última instancia y como resultado de todo ello, pobreza, desigualdad e injusticia.
El 1% más rico emite los mismos gases de efecto invernadero que el 50% más pobre
Frente a ello, el decrecimiento propone disminuir de manera regular y controlada la producción, con el objetivo de establecer una nueva relación de equilibrio entre los seres humanos y la naturaleza. Una corriente de pensamiento que pone el foco en echar el freno a nuestro nivel de consumo en aras de un futuro más sostenible, y que incluso cuenta con un Día Mundial: el 29 de octubre. Sí: este pasado sábado, pese a que prácticamente ningún medio se hizo eco de ello.
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De un tiempo a esta parte, el término más utilizado es otro: el de “desarrollo sostenible”, cuyos objetivos se plasman en declaraciones de intenciones como la Agenda 2030 y que basa sus postulados en un progreso homogéneo y simultáneo de todos los países del planeta. El decrecimiento, sin embargo, va un paso más allá. Sus defensores dan por hecho que resulta imposible que el mundo en su conjunto alcance los niveles de consumo de los países desarrollados sin que eso conlleve un inevitable colapso, por lo que entiende que, de cara a que los más desfavorecidos puedan alcanzar un nivel de vida digno, a los más pudientes les toca renunciar al crecimiento para que otros puedan salir adelante.
Los datos parecen indicar en esa dirección: el 20% de la población del planeta acapara, aproximadamente, el 85% de todos los recursos naturales disponibles. Del mismo modo, el cambio climático nos afecta de manera desigual: el 1% más rico emite los mismos gases de efecto invernadero que el 50% más pobre, mientras que es precisamente esta poblacion la que sufre sus consecuencias más devastadoras. Quizá haya llegado el momento de equilibrar la balanza.
Vivir de otra forma
Poner en marcha una mentalidad decrecentista no es tarea sencilla: requiere un profundo cambio de mentalidad que pasa por dar un giro de 180 grados a nuestra manera de vivir, poniendo en el centro conceptos como la redistribución de la riqueza, la producción local o el respeto al medio ambiente. Las empresas y gobiernos tienen un papel clave, a la hora de combatir fenómenos como la obsolescencia programada o poner en marcha políticas en favor de la economía circular.
La vuelta de tuerca también pasa por la esfera personal: es necesario cambiar la mentalidad individualista y priorizar la cooperación. También reutilizar, reciclar y reducir lo que consumimos, la triple erre que ha de estar siempre presente en el día a día de cualquier persona a la que le preocupe el medio ambiente. En definitiva: simplificar nuestra vida para poder seguir viviendo.
¿Significa eso que seremos menos felices? Los decrecentistas lo tienen claro: no. Más bien al contrario. El modelo de consumo compulsivo que impera en el mundo actual genera una sensación de frustración constante, y nos impide centrarnos en las cosas verdaderamente importantes de la vida. Priorizar valores como la cooperación, la convivencia armónica con la naturaleza o la autosuficiencia nos hacen, de hecho, más felices. Por eso uno de los lemas del decrecimiento es “vivir mejor con menos”.