Especial
Reliquias, drogas y cadáveres: los insólitos objetos que los londinenses llevan siglos arrojando al Támesis
Lara Maiklem ha investigado los objetos que los habitantes de la capital británica llevan miles de años tirando al río. Una historia que cuenta en un libro apasionante que nos habla de lo que somos. El Eco de LOS40 ha hablado con ella.
El inglés cuenta con toda una serie de palabras curiosas que sirven para describir prácticas de lo más peculiar. Términos, a menudo, no resultan fáciles de traducir al castellano, por lo que acaban siendo incorporados a nuestro día a día. Pero aunque el listado es casi infinito y se renueva constantemente, no parece sencillo que ‘Mudlarking’ pase a formar parte de él. La palabra hace referencia al acto de buscar en el lodo de un río para tratar de encontrar objetos de valor. Una práctica muy extendida entre las clases más desfavorecidas de Londres en los siglos XVIII y XIX, los llamados ‘mudlarks’, y que ha llegado hasta nuestros días.
La escritora y miembro de la Sociedad de Anticuarios de Londres Lara Maiklem podría considerarse una mudlark. Pero su afán no consiste en encontrar oro o plata, sino en explicar la historia de la capital británica a través de los secretos que esconde el fondo del río. Objetos que cuentan con sorprendente precisión las vicisitudes de los londinenses durante los últimos 2.000 años, y que ha analizado para dar forma a uno de los libros más singulares de entre los publicados las últimas semanas: ‘Mudlarking: Historia y objetos perdidos en el río Támesis’, que publica la editorial Capitán Swing.
“Comencé a interesarme por el ‘mudlarking’ hace 20 años, coincidiendo con el momento en que me mudé a la ciudad”, cuenta Lara en conversación con El Eco de LOS40. “Crecí en una granja a unos 30 minutos de la capital. Era un lugar inusual, bastante remoto y, al mismo tiempo, muy cercano a la gran ciudad. La familia de mi madre es londinense, mientras que la de mi padre es de campo, así que yo era hija de dos mundos. Supongo que todavía lo soy, pero siempre supe que quería mudarme a Londres”.
Sin embargo, pese a ese anhelo, Lara añoraba su hogar. “Lo que más echaba de menos era la soledad de la granja, así que comencé a buscar algo parecido a un desierto en la propia ciudad. Londres tiene algunos parques hermosos, pero siempre me parecieron demasiado ocupados o demasiado cuidados. Fue entonces cuando, mientras esperaba a un amigo frente al Támesis, me quedé mirando este espacio vacío y salvaje en pleno centro de la ciudad. Entonces supe que había encontrado mi lugar”.
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De ahí a empezar a pensar en escrutar sus profundidades pasó un tiempo. “Durante varios años me dediqué a caminar por el sendero del río durante kilómetros. Un día me encontré en lo alto de unas escaleras del río mirando hacia la orilla durante la marea baja. Era un lugar al que la mayoría de los londinenses no van nunca, dado que resulta potencialmente peligroso. Pero aquel día lo hice y encontré un viejo tubo de arcilla. Volví una y otra vez, y cada vez encontraba algo nuevo. Y me enganché. Había descubierto un lugar donde podía escapar de la ciudad, donde podía relajarme y meditar y encontrar una conexión más íntima y maravillosa con el pasado de la ciudad”.
Un viaje en el tiempo
El resto es historia, en el sentido más amplio de la palabra. Lara encontró en el Támesis objetos insospechados, y también auténticas reliquias. Desde pedernales neolíticos a horquillas romanas, de hebillas de zapatos medievales a botones de los Tudor, de pipas de arcilla georgianas a medallas de guerra perdidas o descartadas. También ha llegado a ver hasta tres cadáveres flotando en las aguas del río.
“Tengo toda clase de cosas extrañas”, cuenta Lara. “Una diminuta cuchara medieval para limpiarse la cera de los oídos, un falo de jade de tamaño natural que probablemente fue traído de China en el siglo XVIII o XIX y un rarísimo juego de apuestas romano. A día de hoy, la gente sigue tirando cosas raras: he encontrado cartas de amor, hechizos, maldiciones, anillos de matrimonio, la recámara de un arma con las balas todavía adentro, una bolsa grande llena de droga, un machete y hasta una caja de plástico con las cenizas de alguien”, enumera.
En el libro hay algo de declaración de amor a Londres por parte de su autora. “Esta no es una ciudad tan bonita como París, pero es emocionante y, sobre todo, nunca resulta aburrida. Pero lo que más me gusta de ella es que puedes sentir su pasado paseando por sus calles y callejones. Es parte de nosotros”, explica.
Quizá, también lo es el hecho de arrojar basura al río. Una práctica reprochable desde un punto de vista medioambiental que, sin embargo, ha inspirado un libro como el de Lara. “Creo que aún me quedan muchas cosas por encontrar”, concluye. “Cada día vamos sumando más y más tesoros al río. Hasta que dejemos de perder cosas, o lo más importante, dejemos de consumir tanto y tirar nuestra basura, el río siempre estará lleno de objetos interesantes que esperan a ser encontrados”.