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Contaminación lumínica: cuando la noche desaparece
El exceso de luz artificial afecta gravemente a los ecosistemas, pero también a los seres humanos.
El día y la noche son complementarios a todos los niveles. De hecho, necesitamos la oscuridad para vivir: la noche marca nuestros ciclos biológicos y es esencial para nuestro descanso y bienestar. Y pese a ello, la vida urbana nos ha llevado a tratar de erradicarla a toda costa, de forma que la frontera entre el día y la noche queda a menudo desdibujada hasta volverse prácticamente anecdótica.
Las consecuencias para la fauna son evidentes. La contaminación lumínica afecta a los ciclos del sueño de las distintas especies, altera seriamente las migraciones, provoca desorientación y cambios en los hábitos de reproducción. En última instancia, también aumenta la mortalidad en las especies nocturnas por la mayor exposición a depredadores. Y no son pocos los animales que prefieren la noche al día: se calcula que en torno al 30% de los vertebrados y más del 60% de los invertebrados son nocturnos.
¿Y en los humanos? Por muy desnaturalizada que sea nuestra vida moderna, somos animales al fin y al cabo. El cansancio, el nerviosismo y problemas como la depresión o la ansiedad tienen, a menudo, relación directa con la contaminación lumínica. Asimismo, diversos estudios han establecido un nexo entre la contaminación lumínica y un mayor riesgo de padecer patologías como diabetes, obesidad o cáncer.
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También hay quien ha calculado el impacto económico del exceso de luz artificial. Según el estudio The economics of global light pollution, publicado en 2010 en la revista Ecological Economics, los impactos de la contaminación lumínica en la salud, la vida silvestre, la observación astronómica y, sobre todo, el consumo de energía, tienen un costo de 7 mil millones de dólares anuales. Una elevada factura que algunas ciudades empiezan a plantearse cómo reducir.
Más allá de cuestiones económicas, los datos invitan a una reflexión. Según el Instituto de Ciencia y Tecnología de la Contaminación Lumínica, el 60% de los habitantes de la Unión Europea no pueden ver la Vía Láctea por culpa del exceso de luz artificial. Una situación relativamente reciente: según la Asociación Internacional del Cielo Oscuro (IDA), todo el mundo tenía acceso a un cielo nocturno estrellado hace menos de 100 años.
Luz, luz y más luz
España es el tercer país europeo con mayor índice de contaminación lumínica, sólo superado por Grecia y Malta. Aun así, estamos lejos de los primeros puestos del ranking. El país más contaminado por la luz es Singapur, seguido de Kuwait, Catar, Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudita, Corea del Sur e Israel. En el lado opuesto se encuentran varios países africanos, los menos contaminados lumínicamente del planeta. Son Chad, República Centroafricana y Madagascar, donde más de tres cuartas partes de la población vive con escasa luz artificial al caer la noche.
Todos esos contrastes se pueden apreciar de manera muy clara en páginas como Earth at Night, que permiten ver los niveles de contaminación lumínica en todos los rincones del planeta. Y aunque los casos concretos de Asia y Oriente Próximo son los más extremos, el caso de Europa es especialmente llamativo: una inmensa y brillante luz se extiende por la práctica totalidad del territorio, con especial intensidad en los grandes núcleos urbanos como Madrid, Londres, París o Ámsterdam.
Ante esta problemática, cada vez son más las ciudades que apuestan por reducir la contaminación lumínica intentando no comprometer aspectos como la seguridad. Farolas que se encienden únicamente cuando pasa alguien, reducción de la intensidad del alumbrado, apagado de escaparates… La lista de posibles acciones es larga. Además, iniciativas como el proyecto europeo STARS4ALL abogan por concienciar a la ciudadanía de la importancia de recuperar el cielo nocturno. Al final, y como en casi todo, tomar conciencia de un problema es cosa de todos.