Crítica 'OPPENHEIMER': Una genialidad en clave de culto que solo Nolan podría firmar
El biopic más arriesgado del director supera cualquier expectativa puesta
Y llegó. Se dice que el cambio de Christopher Nolan de Warner a Universal incluía un mayor compromiso con su proyecto cinematográfico —resistir un compromiso de 100 días en salas antes de pasar a cualquier plataforma de streaming— y un presupuesto notable de 100 millones —algo incluso reducido para las superproducciones que se ven hoy en día—. A último quizá no haya que haber sumado una gran suma para marketing, pues no lo ha necesitado gracias a una campaña de contraste contra Barbie, cuyos memes la han catalogado como una película sobria, adulta, que huye del color del entretenimiento y muy enfocada en no ser objeto de moda. Y, curiosamente, OPPENHEIMER es exactamente eso.
De primeras, OPPENHEIMER puede ser un título tan interesante como evitable. La vida y obra —muy apropiadamente en singular— del padre de la bomba atómica es mayormente desconocida por el público más allá de lo que provocó en Hiroshima, Nagasaki y en la historia contemporánea; aunque no es tan popular esa verdadera extensión de su vida y de cómo cambió a partir de uno de los hallazgos científicos más determinantes y con una repercusión que, a día de hoy, muchos siguen sin imaginar hasta dónde puede llegar. Menos mal que está Christopher Nolan para dejarlo claro.
No había duda de su capacidad para convertir historias. El director ya consiguió hacer que Batman pasara a superar su papel de icono a convertirlo en toda una prueba de cómo puede darle una vuelta al cine de superhéroes hasta convertirlo en una cinta que no hable de un hombre con capa que batalla el crimen, sino elevarlo a un título de culto capaz de debatir sobre los límites de la justicia y la moral. Y a si Bruce Wayne solo había que rascarle un poco desde sus viñetas para llegar a ello, la historia de Robert Oppenheimer se lo ponía en bandeja: la vida del físico está llena de sombras, y las pocas luces que arroja terminan por provocar unas consecuencias que desafían cualquier ética que Nolan sabe escribir a la perfección en un guion.
Y es que la gran baza de la película para atraer a su público —o al menos, la más popular— pasa por comprobar cómo el director ha rodado una explosión nuclear sin necesidad de utilizar efectos digitales, pero eso no termina siendo lo más impresionante del metraje. Será la excepción que confirma la regla, pero lo cierto es que esa nube de hongo no es nada comparado con todo lo demás.
Más allá de la explosión
El que fue responsable de Interstellar tiene bagaje cinematográfico de sobra para entender lo que es afrontar un biopic, sabiendo de sobra cuáles son sus mayores riesgos. Por muy interesante que pueda ser el recorrido vital de un personaje, plasmarlo en una película puede ser una prueba de fuego hasta para tus seguidores más fieles, pero seguramente a Nolan no le preocupaba eso. Quizá porque tenía claro que no iba a presentar un biopic corriente.
Ya fue comentado que escribió parte de su guion en primera persona, y en la película se entiende por qué: se muestran dos lados de una misma historia, uno desde la perspectiva del propio Oppenheimer —en blanco y negro— y otra en tercera persona. Una decisión arriesgada, y que pone en riesgo el hecho de que el espectador que no haya leído dicho detalle pueda no entender al principio cómo se cuentan los hechos, pero que termina empastando a la perfección en el tono que busca. Esa dualidad termina por jugar a su favor hasta convertirla en una película sobria, elegante. Una película que, sin necesidad de parecerse a nada de lo que ya ha hecho, puede llevar el título de película de Nolan.
Por suerte para él, esa etiqueta es suficiente para que miles de espectadores alrededor del globo se vayan a interesar por ella, al igual que seguramente hicieron gran parte de un cast que lleva tiempo anticipándola como uno de los grandes proyectos del Hollywood de 2023. Aunque es un reparto de estrellas que, pese a brillar juntos y separados, acaban eclipsados por una presencia de Cillian Murphy cuya cámara reclama en todo momento como el papel de protagonista absoluto.
Pero no es el actor de Peaky Blinders el que obtiene la atención, sino una historia que parece haber sido concebida hace más de 80 años para la pluma de Nolan. OPPENHEIMER puede saltarse sus innovaciones hasta considerarse un biopic al uso; pero termina acercando al público a un personaje que, pese a inspirarse en un libro —¡que ganó el Pulitzer!—, retrata a un hombre que parece ser producto de una ficción bien pensada cuando en realidad lleva uno de los 'basado en hechos reales' más grandes de la historia del cine.
Nolan, a la vanguardia narrativa
Sin embargo, y de nuevo, la primera conclusión de cualquier visionado podría ser perfectamente que es un título que no podría haber hecho otro director. La estructura que alterna perspectivas atrapa al espectador sin necesidad de más explosiones que la que centra el nudo de la cinta, llegando incluso a hacer que conversaciones en despachos tengan más tensión que cualquier blockbuster actual que ponga el foco en cómo su protagonista se juega la vida. Y eso sin contar el resto de escenas, con un sonido e imagen que solo evidencian el porqué de la insistencia de Nolan en visionar sus películas en la gran pantalla —y en IMAX, aunque eso a Tom Cruise y su competencia con Misión: Imposible - Sentencia Mortal Parte Uno no le guste demasiado—.
Pero no todo es bueno, claro. También hay aspectos que se le escapan, quizá con explicación —al final, dirige quien dirige—, pero que se puede llegar a cuestionar. La primera parte de la película no da respiro al espectador ni a su propia trama, pisando el acelerador tan fuerte que parece que el biopic terminará por contarse en media hora. Además, el abuso de la banda sonora termina por restarle importancia a los primeros diálogos de la cinta, tan necesarios para ir conociendo a la persona detrás del personaje.
Eso se termina compensando con tres horas de metraje, que si bien no dejan de ser todo un disfrute visual —aún poniendo contra la butaca al espectador en escenas tan aparentemente vacuas como sorprendentes—, a más de uno se le puede hacer más bien largo. Sobre todo teniendo en cuenta el orden de la historia, que pese a ser cronológico, puede despistar por la alternancia de puntos de vista. Pero, y sin caer en spoilers, el abuso de tiempo y de priorización de ciertos pasajes acaba con un desenlace satisfactorio y que le termina de dar un broche a la película que la alza como uno de los grandes títulos del verano.
OPPENHEIMER puede ser una película elegante a la que le ha tocado vivir una temporada repleta de memes, pero termina satisfaciendo a su público y, por suerte para ella, a gra parte de nueva audiencia. Puede no ser la mejor película de Nolan, pero sí mantiene toda su esencia: innovación, riesgo y un debate ético que puede llegar a trasladar hasta hacer reflexionar al que está viendo. Todo un acierto listo para recibir la categoría de película de culto.
OPPENHEIMER ya está en cines.
Javier Rodrigo Saavedra
Cine y música. Música y cine. Y más, claro. Me...